El Mediterráneo es un «espejo del mundo» y «lleva en sí mismo una vocación global de fraternidad, único camino para prevenir y superar los conflictos». Fueron palabras del Papa al concluir este sábado, con un extenso y rico discurso, la sesión final de los Encuentros Mediterráneos, que se celebraron durante una semana en el Palacio del Faro de Marsella.

Durante siete días, más de 120 representantes de Iglesias y jóvenes de las cinco orillas del Mediterráneo compartieron los actuales desafíos políticos, económicos y medioambientales de la región, pero también sus esperanzas para el futuro, con especial atención a la actual crisis migratoria.

Recordando el carácter heterogéneo y cosmopolita distintivo de Marsella, una «multitud de pueblos» que «ha hecho de esta ciudad un mosaico de esperanza, con su gran tradición multiétnica y multicultural», reflejo de las múltiples civilizaciones del Mediterráneo, el Papa Francisco desarrolló su reflexión en torno a tres aspectos que caracterizan a la ciudad del sur de Francia: el mar, el puerto y el faro.

Francisco observó que a menudo se oye hablar de la historia mediterránea como un   “entramado de conflictos entre civilizaciones, religiones y visiones diferentes” pero esto no debe hacernos olvidar que el Mediterráneo es una “cuna de civilización” y que el mare nostrum (nuestro mar) ha sido durante siglos un espacio de encuentro «entre las religiones abrahámicas; entre el pensamiento griego, latino y árabe; entre la ciencia, la filosofía y el derecho, y entre muchas otras realidades».