La Corporación de Abogados Católicos lamentó que, por “incomprensión”, el Papa Francisco haya sido objeto de “agravios con términos o insultos que exceden de la mera discrepancia de opinión” y rechazó enérgicamente, por “contrarios al respeto debido e inadecuados para alcanzar la unidad y la paz social”, los ataques dirigidos al pontífice por predicar la doctrina social de la Iglesia.

“Nunca debe ser vista como sospechosa la ayuda a los pobres por parte de ningún miembro de la Iglesia, de las otras confesiones religiosas, ni de las organizaciones sociales que no dan indicios de falta de sinceridad”, fundamentó.

“Esa desconfianza impide el diálogo en la búsqueda de la equidad social -sin incurrir en dogmatismos puramente teóricos-, a través del prudente equilibrio entre el mandato bíblico de ganar el pan con el sudor de la frente y el de cumplir con las obras de misericordia evangélica -como la de dar de comer al hambriento-, que vedan tanto el asistencialismo improductivo, siempre injusto hacia los que trabajan, como la indiferencia ante las necesidades del prójimo, en especial de los niños y de los impedidos para trabajar”, profundizó.

Los abogados católicos recordaron que la Oración por la Patria dice que “nadie puede quedar excluido de la caridad” y concluyeron: “El beato fray Mamerto Esquiú y los venerables padre Federico Grote y Enrique Shaw, nos sirvan de modelo en la búsqueda de soluciones legales, sociales y económicas adecuadas para nuestra Patria”.

Firman la declaración “Ante agravios al Santo Padre”, el presidente de la Corporación, doctor Pedro Andereggen, y el secretario, Carlos Mosso.

Texto de la declaración

La doctrina social de la Iglesia no es una carga sino un verdadero regalo de Dios a la humanidad, porque la ilumina, guiada por el Espíritu Santo, sobre los correctos principios en la formulación de las leyes que deben regir las relaciones políticas, económicas y sociales, muchas veces difíciles de alcanzar al quedar los conflictos por las luchas de poder y la escasez de bienes a la merced de las pasiones, que nublan la inteligencia y endurecen el corazón humano.

Por ello, a lo largo de la historia, las enseñanzas de la Iglesia han sido una fuente de gran inspiración para todos los hombres con independencia de sus creencias, no sin dejar de recibir acusaciones extremas, en cuya raíz subyace un escepticismo acerca de su idoneidad para comprender lo que toca a las realidades más temporales e inmediatas del hombre.

Por esa incomprensión el Santo Padre ha sido objeto de agravios con términos o insultos que exceden de la mera discrepancia de opinión, que la Corporación de Abogados Católicos rechaza enérgicamente por contrarios al respeto debido e inadecuados para alcanzar la unidad y la paz social.

Nunca debe ser vista como sospechosa la ayuda a los pobres por parte de ningún miembro de la Iglesia, de las otras confesiones religiosas, ni de las organizaciones sociales que no dan indicios de falta de sinceridad. Esa desconfianza impide el diálogo en la búsqueda de la equidad social -sin incurrir en dogmatismos puramente teóricos- a través del prudente equilibrio entre el mandato bíblico de ganar el pan con el sudor de la frente y el de cumplir con las obras de misericordia evangélica -como la de dar de comer al hambriento-, que vedan tanto el asistencialismo improductivo, siempre injusto hacia los que trabajan, como la indiferencia ante las necesidades del prójimo, en especial de los niños y de los impedidos para trabajar. Nadie puede quedar excluido de la caridad nos recuerda la Oración por la Patria.

Los hombres deben actuar en todos los campos con “la valentía de la libertad de los hijos de Dios” -según la feliz expresión de esa oración-, lo que no exime -todo lo contrario-, de las obligaciones impositivas y laborales, ni justifica ganancias excesivas a través de prebendas o condiciones monopólicas, ni tampoco el abuso de la huelga o de la protesta por medio de la violencia.

La Constitución Nacional consagra la libertad individual y de comercio con los límites de la moral, el orden público y los derechos de terceros; la protección contra el despido arbitrario de los trabajadores, y los derechos de propiedad y defensa en juicio, incompatibles con la aplicación de multas, costas o intereses exorbitantes, que en lugar de proteger el trabajo multiplican los reclamos indebidos, con grave daño social al desalentar la creación de empleo.

El beato fray Mamerto Esquiú y los venerables Padre Federico Grote y Enrique Shaw, nos sirvan de modelo en la búsqueda de soluciones legales, sociales y económicas adecuadas para nuestra Patria.

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