Por Carlos Duclos

El capricho, la insensatez, ponen en peligro a las instituciones políticas y a los pueblos. Y bueno es destacar que muchas acciones de gobierno plausibles en sí mismas, terminan arrojándose por la borda por conductas disparatadas de algunos gobernantes. Con ellas caen al mar de la derrota los partidos y los buenos dirigentes, militantes y seguidores que hay en ellos, necesarios para la vida en la democracia. Gracias a los disparates de ciertos gobernantes, aunque no se crea, las fieras no sólo tienen pasto, sino carne. Y en abundancia.

En este sentido, podría hablarse, por ejemplo, de los dislates de Maduro, en Venezuela (un Maduro que sistemáticamente ha subestimado el nivel intelectual de muchos venezolanos, con los resultados recientes a la vista); o de los caprichos de Cristina, que van a llegar hasta el último segundo de su mandato, según lo anuncia la controvertida transmisión de mando. Una Cristina, quien, como en el caso de Maduro en Venezuela, comienza a ver como algunos propios de su entorno toman distancia de ella. Algunos por traición, esa falta grave de la que a menudo es víctima quien muerde el polvo de la derrota o anda en las adversidades; otros porque asumen que el líder se ha desbocado y va, en su desaforo, directamente al precipicio adonde ningún sensato quiere ir.

Antes de ir a la segunda parte de esta opinión, permitirá el lector de cualquier signo político o ideológico una observación que no es al margen: hay, sin dudas, un antes y un después de Chávez; hay un antes y un después de Néstor Kirchner.

La descompensación

Viene al caso recordar, a propósito de las declaraciones recientes de Cristina respecto del maltrato que recibió de Macri, que anteayer el Diario Digital Conclusión difundió la noticia de que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner había acudido a la Fundación Favaloro para realizarse un chequeo. Al final de esa crónica, este diario dijo lo siguiente: “No obstante, otros trascendidos se refirieron a un malestar que la mandataria habría sufrido durante el acto que encabezó en Quilmes, a causa de una supuesta suba de presión. Estos rumores, publicados por unos pocos medios porteños, relacionan ese malestar con un llamado de Mauricio Macri a la primera mandataria para hablar del traspaso de mando”.

Ayer la presidenta, de algún modo, confirma la noticia al decir públicamente que Macri la maltrató. Pues bien, lo cierto es que según varias fuentes la comunicación telefónica no fue lo cordial que sería de esperar entre dos presidentes (uno aún en ejercicio y otro electo). Todo indica que hubo una fuerte discusión que, al parecer, terminó con una descompensación de la presidenta quien debió aclararle al señor Macri que más allá de ser presidenta era una dama. Tal parece que Cristina acabó por un rato en un centro de salud. Un mal trance le afecta a cualquiera ¿por qué no a la presidenta?

Luego de todo esto, la señora vicepresidenta electa, Gabriela Michetti, salió a decir que la presidenta era una mentirosa. Un bochorno por dónde se lo mire de uno y otro lado.

Más allá de las consideraciones que cada lector desee hacer respecto de este patético traspaso de mando, quedan claras algunas cosas que podrían enumerarse como una suerte de sumario.

La primera de ellas es que un mero capricho, basado quién sabe en qué imaginario o fantasía política, este país queda expuesto, una vez más, al ridículo ante el mundo. Es decir, algunos dan una vez más la nota y se esmeran en hacernos quedar a los argentinos como poco serios, irresponsables, insensatos y escasamente fiables.

El destino peronista

La segunda consideración tiene que ver con el destino del peronismo, única fuerza política que, a pesar de haber salido derrotada por escaso margen y “por errores y horrores propios”, es la única que conserva intacta su estructura política y poder de fuego. El asunto a dirimir es: ¿quién está en condiciones de conducir a semejante buque? Una primera respuesta podría intentarse con una consideración: se extraña a dirigentes de talla política, imbuidos de dotes de estadistas, con cintura política, mesura y sentido común. Y para ser aún más preciso y hablar de sectores puntuales, como el kirchnerismo por ejemplo, puede decirse que hace tiempo que este espacio ha comenzado a sentir la ausencia (y mucho) de Néstor Kirchner. Y para ser más preciso: la sola portación de apellido no asegura el éxito.

Se pudo haber estado de acuerdo o no con las ideas y acciones del ex presidente fallecido, lo que no se puede negar es que tuvo todas las virtudes necesarias para conducir una nave que comenzó a hacer agua tras su muerte.

“Si Néstor hubiera vivido, esta derrota no se producía”, dijo hace unos días atrás un militante peronista. Es muy probable que así hubiese sucedido. Cristina le debe a Néstor Kirchner no sólo haber sido presidenta por primera vez, sino haber ganado su segundo mandato con el 54 por ciento de los votos. Sí, claro, el 54 por ciento histórico de esos votos son obra y gracia de Néstor Kirchner a través del luto y el recuerdo que el kirchnerismo hizo de su líder. El pueblo argentino, fiel a su naturaleza latina, es pasional, romántico, sensible, pero hay quienes se olvidaron de que las herencias se acaban si las personas no cuidan el legado.

¿Traiciones?

La reciente pérdida del Frente Para la Victoria, que integra el peronismo (y que no son la misma cosa) se debe también a las traiciones que según algunos se dieron en el seno del espacio político y que mejor ni intentar, siquiera, tratar de averiguar de dónde vinieron y por qué se produjeron (pero al pasar: ¿alguien recuerda las palabras del señor intelectual González, titular de la Biblioteca Nacional, quien dijo a todo el país que iba a votar a Scioli con “cara larga”? No fue el único.

Bueno, estas cosas parece que siempre han sucedido en la política. Se recordará que Fernando De la Rúa, imprevistamente aparecido hace unas horas dándole consejos a Macri y a Carrió, cargó con el rumor de que había recibido una ayuda de Menem (en detrimento de Duhalde) para acceder al Sillón de Rivadavia ¿Será que algunos apuestan a que lleguen los ineficientes con tal de mantener el poder?

Pero esta mezquindad, con dotes patológicas, sólo sirve para arruinar a las propias estructuras políticas, a las instituciones y, en definitiva a la “comunidad”, como le gusta definir a un colega al grupo humano organizado.

En fin, que ya se sabe, finalmente, quién habrá de conducir a esta Nación. Lo que no se sabe aún es quién va a conducir a la principal fuerza opositora, el peronismo. Y no es un detalle, es tan determinante, aunque parezca una paradoja, como conducir a la misma Nación.