Por Nabih Yussef*

Desde hace décadas, Argentina se encuentra sumergida en un debate entre dos grandes paradigmas, por un lado, los defensores del mercado y la libre competencia; y por el otro, los partidarios de la intervención gubernamental en la economía y la regulación del mercado. De un lado y del otro, los dardos lanzados vienen y van desde la academia, los sindicatos, los partidos políticos e incluso, los medios masivos de comunicación. Los detractores del mercado, justifican la intervención del Estado para corregir lo que se conocen como “fallas de mercado”. Es decir, cuando el mercado “falla” en la asignación de recursos y no es capaz de proveer bienes y servicios necesarios para la sociedad. Por ejemplo: el alcantarillado de una ciudad.

¿Cómo sería capaz el mercado de construir túneles subterráneos para el saneamiento urbano sin la intervención del Estado?, o dicho de otra manera, sin la existencia del Estado ¿cómo podrían los empresarios cobrar a las personas por la construcción de alcantarillas? Simplemente no lo harían, porque es imposible. Es por esto que hasta el más liberal de los liberales, justifica “cierto” Estado para construir lo que el mercado por sí solo no lo haría, ya que de no hacerlo, la vida en sociedad sería poco eficiente, por no decir caótica. Sin embargo, ¿es posible la existencia de “fallos de Estado”? O en otras palabras, ¿es posible que el Estado no pueda asignar correctamente los recursos produciendo injusticias económicas y sociales? Para Charles Wolf sí, es posible.

El condecorado economista de la Universidad de California dedicó gran parte de su carrera profesional a demostrar de qué manera las “fallas del sector público” pueden generar ineficiencia económica e injusticia distributiva.

Cuando el Estado es de pocos

Para el escritor estadounidense, un Estado es eficiente cuando sus instituciones tienen objetivos y metas concretas. La Cancillería debería encargarse de la inserción internacional argentina y las relaciones con el mundo; mientras un ministerio de Producción debería estar abocado al fomento de la producción nacional, y así sucesivamente. ¿Pero qué sucede cuando esto no es así? ¿Qué ocurre cuando las instituciones del Estado se cooptan para otros fines?

Desde hace al menos un año, las disputas entre ambos ministerios ha tenido a sus funcionarios públicos abiertamente enfrentados en una batalla por el presupuesto del Estado, el control de la información y el manejo de las influencias. Tal es así, que la expulsión de la ex canciller Susana Malcorra, obedece a las riñas internas iniciadas por Francisco Cabrera por acaparar el control de las políticas de inversión y comercio internacional. Ambas dependencias públicas volcaron gran parte de sus energías en controlar mayores atribuciones y competencias, lejos de trabajar en conjunto por los objetivos diseñados para sus instituciones.

Para Wolf, cuando los objetivos de las instituciones públicas se desdibujan por los intereses personales, el resultado es una “falla del Estado”. En la medida en que los funcionarios públicos sean estimulados en función de incentivos más allá de los objetivos institucionales del sector público, el resultado será menos Estado para más ciudadanos.

Ante estas fallas del sector público sólo quedan dos cosas por hacer, o remediar sus secuelas negativas, o profundizar sus efectos perversos. Esto último sobreviene cuando los que están “arriba de todos” -en la cima de las instituciones públicas- no son precisamente producto de una discusión política sobre cómo el Estado debería brindar mayor bienestar, sino de cómo los intereses particulares y sectoriales pueden escalar más arriba de lo que el mercado puede ofrecer. La invasión de CEOs en el Estado es testigo de gran parte de estos interrogantes.

Estado y mercado

Cuando el Estado utiliza su política económica no para corregir las fallas del mercado, sino en miras de trasladar riqueza en ciertos sectores, el resultado es un Estado que falla. Como sostiene Wolf “las injusticias del Estado no implica que sean menores que las injusticias del mercado”.

En la medida que los esfuerzos públicos no persigan objetivos de distribución del ingreso, el mercado ampliará su modelo de asignación de recursos y dará rienda suelta a su poder de concentración de la riqueza. Políticas públicas como el desgravamen a los autos de alta gama, la quita de retenciones a las transnacionales mineras o las flexibilizaciones laborales van en ese camino.

 

 

Si el Estado opta por recaudar sobre los que menos tienen y concentrar el gasto sobre los sectores con mayores ventajas económicas, la injusticia será política de Estado. Así lo demuestran los indicadores de desigualdad utilizados por el Banco Interamericano de Desarrollo, que evidencian un deterioro de 15% en los niveles de desigualdad de ingreso en Argentina, a partir del año 2016.

Un Estado que no tome dimensión de las asimetrías del mercado corrigiendo sus fallas, podrá ser poco eficiente asignando recursos y distribuyendo el ingreso; pero un Estado que teniendo en cuenta las fallas del mercado incurra en fallas del Estado, podrá ser fatal. Como advierte Wolf, “(…) el remedio podría ser tan malo como la enfermedad”.

*Licenciado en Relaciones Internacionales y Director del Consejo de Estudios Interdisciplinarios Económicos y Políticos www.CEIEP.org