Por Carlos Duclos

No todo es blanco o negro. Y esa afirmación la vida nos la enseña y muestra a cada instante. Pero… ¿tal realidad, esa flexibilidad a menudo necesaria, es aceptable en la doctrina de la Iglesia Católica? Un interrogante bastante difícil de responder. Sin embargo, para el papa Francisco no hay dudas: “No todo es blanco o negro” , y eso le ha dicho a los cardenales que, con sabor a cuestionamiento, le han pedido definiciones sobre algunos temas planteadas por el Sumo Pontífice católico en Amoris Laetitia, en especial respecto de la comunión a los divorciados. Lo cierto es que en la Iglesia hay, en este mismo instante, profundas diferencias que van más allá de la cuestión política y palaciega: el asunto es doctrinal,  gira en torno de la intepretación de la Palabra de Dios. Los cuatro cardenales rebelados son los alemanes Walter Brandmüller y Joachim Meisner, el italiano Carlo Caffarra y el estadounidense Raymond Leo Burke. Sin embargo, no serían los únicos que están preocupados por los caminos papales, hay muchos más y a todos ellos les ha llegado la palabra del Pontífice : “La Iglesia del Verbo Encarnado se ‘encarna’ en los asuntos tristes y en los sufrimientos de la gente, se inclina ante los pobres y quienes están lejos de la comunidad eclesial o se consideran fuera de la misma a causa de su fracaso conyugal», ha enfatizado Francisco.

Pero nada es simple ni lineal tratándose de religión y, sobre todo, de vida institucional eclesial católica . Detrás de los cardenales hay una cantidad de religiosos y laicos que también piden definiciones, que están confundidos y que observan a veces estupefactos que aquello que era blanco de pronto puede ser gris o (¡increíble!) negro. Dudan y hasta en su interior creen que “el Papa no es el Papa”, o lo llaman hereje. Otros, observan expectantes el camino que sigue Francisco en ciertas cuestiones doctrinales que han sido pilares en la historia de la Iglesia, y una buena parte ve con buenos ojos la apertura papal hacia nuevas formas de interpretar a Dios. La web, las redes sociales, los foros y los salones de las iglesias empiezan a ser lugares de debate a favor y en contra. “¡Francisco es un hereje!” dicen unos; “¡El Papa, sabiendo de la misericordia de Dios, quiere salvar a todos!”, claman otros.

La palabra “cisma” que estremece, aparece en algunos…

Pero todos estos cambios, todo este “hacer lío”, para parafrasear al mismo Francisco, tiene sus consecuencias y entre tanto debate interno no falta quien hable de un posible “cisma”, en el seno de la Iglesia o de una división que dejaría heridas preocupantes que afectarían al mundo.

No se trata de reducir la cuestión al mero enfrentamiento o confrontación de ideas entre progresistas y conservadores católicos, el asunto va más allá y parecería amenazante, peligroso y favorable al «mal». Tanto, que ciertos sectores doctrinariamente más inflexibles de la Iglesia, pero prudentes y sabedores de los riesgos que se corren, hablan y bregan por encolumnarse todos detrás del pastor. Es que una fractura podría ser fatal. ¿No es fatal acaso la “grieta” política que se vive no sólo en Argentina sino en el mundo entero? Si parecen sonar, en este tiempo y espacio, las palabras proféticas del mismo Jesús: “Porque desde ahora en adelante cinco en una casa estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres”. ¿No es lo que está sucediendo en la casa común?

Hablar de fatalidad cismática en la vida de la Iglesia suena mucho más que dramático, suena a “profético”, algo que atañe a la misma humanidad. Y aún cuando parezca disparatado, no son pocos los que comienzan a pensar si no se está ya en los umbrales de sucesos anunciados, del llamado Signos de los Tiempos. Un signo de los tiempos que tiene que ver más con la vida del hombre en este aquí y ahora, que con misticismos exacerbados.

Francisco, el Papa, es el centro de las miradas de unos y otros, es el pastor que incluso tiene peso político fuera de la Iglesia, y en tal contexto surgen las palabras de Zacarías, el profeta: “Golpea al pastor para que las ovejas se dispersen; yo castigaré a esas pequeñas”. Un golpe, un ataque al Papa, ¿podría dispersar a las ovejas con consecuencias imprevisibles?

El asunto de los judíos y de Jerusalem

Por otra parte y teniendo en cuenta al otro pueblo de Dios, los judíos, hermanos mayores del cristianismo y por tanto unidos en un destino común, hay algunas consideraciones que deben efectuarse. Dejando de lado la eterna persecusión vigente hoy y cotidiana, recrudecida en un antisemitismo global, cabe la pregunta: ¿un ataque sobre Jerusalem, sobre el Monte del Templo, por ejemplo, no provocaría una conflagración cuyos efectos no pueden medirse? Y una tercera pregunta: ¿quién es Trump, el reciente electo presidente de Norteamérica y qué hará en el marco de su política mundial? ¿Acaso todo esto está lejos de lo posible? Para sazonar más el asunto, recuérdese que, palabras más o palabras menos, la Unesco ha dicho hace poco algo increíble, impensado, extraordinario y causante de serio enojo: «El Monte del Templo, donde estaba asentado el templo de Salomón, mandado a construir por el mismo Dios al pueblo hebreo, allí donde el rey David mandó a construir el Arca de la Alianza, no pertenece a los judíos».

Unir lo profético a la historia papal del hoy, a los judíos e Israel, a las reglas que impone el sistema, parece frívolo, superficial, sin fundamentos. Lo mismo parecía hace unas décadas, cuando alguien advertía, basado en las escrituras, que la humanidad iba camino no hacia una guerra, sino hacia algo más peligroso: la degradación educativa, cultural, moral, ética y espiritual que llegó al fin y que ¡se ha cobrado más vidas que muchas guerras juntas!: víctimas de la droga, de los robos, de los accidentes de tránsito, de la contaminación ambiental, de la desnutrición, de la pobreza, de la injusticia social, de los desastres naturales provocados por la acción del hombre, de las guerras y actos terroristas, de las enfermedades por causa de la acción humana, del «mal», en definitiva. Sin contar, claro, los heridos psíquicamente, emocionalmente, miles de millones en todo el mundo víctimas de esta realidad que el ser humano, manipulado en su consciente e inconsciente por fuerzas poderosas y oscuras, ha aceptado como “la vida normal”.

Espiados y controlados por el el llamado «sistema»

Hoy, la muerte, el sufrimiento, la injusticia, la opresión y el ahogo, es lo regular en la vida del hombre y así lo acepta éste. El mercado, el sistema, que en realidad es el agente del demonio, está ganando por ahora la batalla. El ser humano es un número, un objeto. No importa su espíritu, sino su identidad cuya naturaleza no es, para el sistema, su nombre y apellido, ni su corazón y lo que siente, sino el “chip” que lleva en su tarjeta de crédito o el informe que arroja la computadora cuando desde una dependencia gubernamental, agentes del operador diabólico, escriben los números de su DNI. No es extraño, fue anunciado. Léase Apocalipsis 13-16: “Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número de su nombre”. No hay que ser un exégeta, ni ilustrado en lecturas encriptadas para saber de qué se trata esto ¿Quién puede hacer hoy ciertas transacciones comerciales hasta las más vulgares sin estar “registrado”? ¿Quién no está “registrado”, espiado y controlado por el sistema-mercado?

(Fin de la primera parte)