Por Alejandro Maidana

La Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC), que depende de la Organización Mundial de la Salud (OMS), estudió durante un año los efectos que causan en la salud varios insecticidas y herbicidas, entre ellos el glifosato. El informe develó lo siguiente: “Hay pruebas convincentes de que el glifosato puede causar cáncer en animales de laboratorio y existen pruebas contundentes de carcinogenicidad en humanos (Linfoma no Hodgkin ). También causa daño en el ADN y en los cromosomas de las células humanas». Pueblos y ciudades fumigados se vienen levantando en lucha desde hace mucho tiempo. Cansados de contar los casos de cáncer que se multiplican a montones, los abortos espontáneos y las malformaciones congénitas.

En este contexto la OMS jugaba un papel preponderante, ya que negaba los efectos nefastos del glifosato. Esta posición desde marzo de 2015, y después de una álgida reunión celebrada en Lyon, Francia, quedó reducida a cenizas.

Este flagelo no sólo amenaza a los pueblos que dependen de los cultivos sino que ha llegado a la metrópoli. En Rosario, en el acceso sur, lo que sería la continuidad de Avenida Belgrano entre Ayolas y Uriburu, se pueden contemplar unos gigantes de cemento que albergan todo tipo de granos. Después de un relevamiento hecho por vecinos inquietos por el problema que traen consigo los mismos, se llegó a conocer que existen más de 180 silos.

Estos contenedores reciben el cargamento de alrededor de 700 camiones diariamente, unas 210.000 toneladas de cereal acompañadas por el pertinente herbicida. Si se convierten estos números en dólares, la cuenta da 63 millones cada 24 horas.pesticidas-dos

La cotidianeidad de una metrópoli que funciona a una velocidad no calculada, no permite contemplar más allá del límite que imponen los ojos. Pero los barrios que cercan al Puerto de Rosario, viven una realidad escabrosa cada vez que el viento juega su partido más importante.

“Los días de viento es imposible poder respirar y no tragar el polvillo del cereal que viene desde el puerto. Las nubes que se forman erizan la piel, saber que uno debe convivir con el pesticida a pocos metros y que llega a nosotros de diferentes formas es aterrador”, apunta Luis, vecino de la zona y activista de Vacca (Vecinos Autoconvocados Contra Contaminación Agrotóxica) en charla con Conclusión.

Tablada, Villa Manuelita y un importante número de Fonavis son en esta ocasión los vulnerados. Según como sople el viento deben convivir con este enemigo silencioso  negado por los gobiernos y por la mayoría de los medios de comunicación.

“En este radio hay varias escuelas, los porteros se pasan el día barriendo el expeller del cereal, que no es otra cosa que la cascarilla del mismo que llega por aire y se aloja en cada rincón de esta zona. Estamos invadidos por una enorme preocupación e impotencia, ya que no sólo debemos tolerar los enormes basurales a cielo abierto sino también la amenaza del glifosato”, argumenta el vecino consultado por este medio.

Los camiones que trasladan cereal son una bomba andante, ya que sumado a este herbicida aparece la “fosfina”.

¿Qué es la fosfina?

La fosfina es un gas incoloro, inflamable a temperatura ambiente y puede oler a ajo o a pescado. El mismo se produce cuando las pastillas de fosfuro de aluminio -que se colocan en los granos almacenados en acoplados, silos, almacenes, bodegas de los barcos y en vagones- interactúan con la humedad del aire. En el ambiente, la fosfina existirá solamente como gas. La mitad de la fosfina en el aire se degrada aproximadamente en 24 horas.

La Agencia de Protección Ambiental estadounidense (EPA) clasificó a la fosfina como clase Ib (muy tóxica). Vale aclarar que este químico tiene prohibido su uso, pero lamentablemente la negligencia de muchos productores hace que aún circule en los vehículos de carga. La misma aniquila a los gorgojos que pueden deteriorar los granos, en este caso pesa más la necesidad de asegurar lo que se traslada que la salud de los habitantes y choferes.

“Es muy difícil generar conciencia en la población, la misma convive con esta problemática y hasta la ha naturalizado, pero no podemos permitirnos no luchar por el tesoro más preciado que tenemos, que no es otra cosa que la salud”, aporta Luis.

¿Por qué el Puerto Norte se cerró y le dio lugar a un gran negocio inmobiliario? ¿Por qué si aquel contaminaba y acumulaba quejas permanentes cesó en sus funciones y este no? Estas podrían ser sólo algunas de las muchas preguntas que cualquier persona en su sano juicio podría hacerse.

La zona sur de Rosario tiene basurales y cloacas a cielo abierto, cursos de aguas contaminados que junto al glifosato y la fosfina, parecen no ser una amenaza para aquellos que deben no sólo controlar sino velar por la salud de cada uno de los ciudadanos.

Fotos gentileza: Luis Cuello