Facundo Díaz Dalessandro

Diego Añaños es licenciado en Ciencias Políticas en el doctorado de Ciencias Políticas por la UNR, ha realizado el Posgrado en Políticas Públicas y Desarrollo Local, organizado por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, es docente e investigador del Conicet-UNR y de lunes a viernes co-conduce «Rompiendo los cocos» por Radio Universidad de 7 a 9. Politólogo dedicado a la economía, simplifica su descripción de Twitter, entre otras yerbas. Conclusión lo consultó para conocer su visión de la compleja realidad económica actual (analizada también desde lo político, inevitablemente) no sólo por una economía local que no termina de arrancar y sofoca a la ciudadanía, sino también a nivel global «porque hay ciertas cuestiones que responden a lógicas que son globales y están por fuera de las posibilidades de gestión de las regiones», con procesos contradictorios derivados de una crisis internacional (la de 2008) que aún se siente, y la del propio sistema que no termina de acomodarse y encontrar su nueva forma de sostenimiento.

—Días atrás se vio al presidente Mauricio Macri inaugurando una planta de Techint junto a su titular (Paolo Rocca) en Houston, Estados Unidos. ¿Qué se desprende de esa foto?

—Se entiende que Macri fue a buscar inversiones, pero le dicen ‘si tu empresa más grande la pone acá en vez de allá, ¿por qué habríamos de hacerlo nosotros?’. Y él va y se saca la foto. Es raro. Por otra parte cuando hablás de inversión, aquí hay una restricción insuperable y es tener una tasa de referencia, que fija el Banco Central, que es la que marca el costo de oportunidad (aquello a lo que un agente económico renuncia al elegir algo, o sea, el valor de la mejor opción que no se concreta) en dólares de 26,25% para Lebac y tenés la chance de hacer la llamada «bicicleta financiera». ¿A quién se le va a ocurrir poner plata, renegar con trabajadores, proveedores y demás asuntos? Pagamos 40 veces lo que pagan en el mundo por esa timba.

—El objetivo de esta política del Banco Central es «domar» la inflación. ¿Es el camino correcto?

No. Es por un prejuicio de la teoría clásica, presuponen que la inflación es un problema monetario cuando queda demostrado que no es el problema cuánto dinero circula sino la actividad económica y los mecanismos de propagación de los precios. Estados Unidos durante cinco o seis años inyectó a su economía muchísimos dólares rescatando bonos, tirando líquido a la economía y no tuvo ningún pico inflacionario. Si hay menos dinero, cae la producción, las compras, bajan los precios… Aunque es algo que no se ve todavía porque venimos de una inflación del orden del 40% en 2016 y vamos camino a rondar el 25% este año, es probable que ocurra. Es como meterte en el freezer para bajarte la fiebre. Hay que ver si cuando te vienen a buscar no estás muerto. Los precios no van a bajar, van a subir más lentamente. Se parte del prejuicio, de nuevo, de que la única estabilidad que existe es la de precios. Cuando no tenés inflación tenés precios estabilizados pero podés tener lío con el resto de las variables económicas; es el ejemplo del menemismo que tuvo 10 años sin inflación pero la economía estaba hecha cuero. La inflación no es un problema en sí. Es algo más técnico, que surge de la descomposición de precios relativos cuando las señales son poco claras y nadie sabe lo que una u otra cosa vale.

Desde algunos sectores se critica al gobierno por el crecimiento del déficit fiscal, en medio de un ajuste de tarifas, o los reclamos de sectores empresarios por la baja competitividad local.

Si aumenta el déficit es porque el Estado decide dejar de percibir ciertos ingresos. Quita de retenciones, condonaciones de deuda, esos son subsidios también. El tema es qué es lo que se financia, lo que se subsidia… ¿A quién? Gastar, gastan todos los estados. A esto se suma lo que el diario La Nación llamó, en el título de un artículo, «la fábrica de ravioles del Estado», refiriéndose al aumento de la estructura del mismo (aumento de ministerios, con agregado de cargos y personal) de un 25%. Es decir que hay más cargos.

—¿Entonces el gobierno es gradualista?

—Depende. Con los reacomodamientos tarifarios, de retenciones, cancelación de deuda externa fue bastante a fondo. Desafío a buscar cuánto subsidian por año otros países la energía. En muchos lugares está subsidiado, no es cierto que no haya que hacerlo. Las tarifas estuvieron quietas cuando otros precios subían y había que modificarlas pero hay que intervenir, ingeniar ese proceso. El problema es partir de la falsa premisa de que toda intervención es perturbación cuando la economía no es el mundo de la naturaleza sino el del artificio, la intervención. Sí que hay problemas de competitividad, pero es imposible competir con salarios del sudeste asiático o la India, que utilizan trabajo esclavo. El componente salarial existe. Debe existir una política económica, una decisión colectiva de pagar algo más porque queremos que el empleo quede acá. Es el precio de vivir juntos. La discusión de competitividad por el lado del salario debería ser un asunto cerrado ya para la política. A los trabajadores de este país se les ocurre tener vacaciones pagas, querer comprarse un auto, hay una consciencia de clase que marca un piso de bienestar muy superior al de países del continente que no se debería intentar hundir.

—¿Cómo se acopla la provincia de Santa Fe en el modelo actual?

—Santa Fe tiene un encadenamiento productivo muy diversificado. Hace unos años se hizo una publicidad en la que todo lo que se usaba en un día por una familia santafesina estaba hecho acá, como muebles, dulce de leche, autos, etc. Creo que el gobierno nacional tiene un plan de cortísimo plazo que implica restituir ciertos órdenes que creen relevantes, lo demás yo creo que no les interesa demasiado. No veo un programa de reconfiguración económica. Ni hablar de una contención a sectores productivos afectados. Hoy por hoy para las pymes el panorama es devastador. A cualquier rama industrial con actividad electrointensiva (como varias en la provincia) se le multiplican los costos, la ecuación deja de ser viable y tienen que reducir personal. Lo mismo con la tarifa de gas. Además esas actividades se dirigen al mercado interno, y si este se deprime no hay vuelta. Con «el mundo» todavía grogui desde la crisis de hace 10 años, Brasil en recesión, el mercado interno es  la única opción. Es una cuestión estratégica que va más allá de lo ideológico.

—¿Y Rosario?

Rosario está geográficamente ubicada en el cruce de dos grandes corredores: la hidrovía Paraguay-Paraná y el corredor bioceánico Valparaíso-Porto Alegre lo que haría que logísticamente sea muy barato y cómodo sacar producción por Rosario incluso desde el sur de Brasil. Tiene características naturales como la distancia de las zonas de producción al puerto, dragado natural del mismo que la convierten en un puerto granelero ideal, y potencialmente también un puerto multipropósito. Esto es más complejo porque existe una restricción de espacio, son necesarias grandes playas para contenedores como las que pueden verse cuando uno ingresa a Buenos Aires. Existe un lobby claro para que la centralidad no se desplace de allí, hay negocios alrededor instalados; no se discute con un argumento, es política. Hoy por hoy la ciudad está abocada a los servicios financieros, el comercio y algún otro tipo de servicios y ese parece ser también el rumbo a futuro.

—¿Existe una ola anti globalización en los países centrales Estados Unidos y Europa?

—El sistema aún no está acomodado al cimbronazo de la crisis de hace casi diez años.  Hay señales contradictorias: en Estados Unidos gana un loco anti globalización, Gran Bretaña vota el brexit pero resulta que Gales, Irlanda y Escocia ahora intentan acercarse. No veo una señal clara respecto a lo que puede pasar. Existe un fenómeno que atraviesa todo y es la internacionalización financiera que recorre los últimos treinta años y derivó en el colapso de 2008. Y no hubo un castigo a los responsables, al contrario, gozaron del llamado «paracaídas de oro» y el salvataje a los bancos. Hoy siguen gobernando en muchas partes, de modo tácito a veces. La banca financiera representa hoy día al poder real, todos los grandes negocios se hacen mediante operaciones financieras, la producción solo genera capital para que hagan negocios.

—¿Y en Latinoamérica? ¿Hay cambio de ciclo?

—En gran medida sí. Los países más grandes (Brasil y Argentina), aunque con procesos distintos, cambiaron su signo y arrastran al conjunto. Si bien existe una continuidad de algunos gobiernos llamados «progresistas» o «populistas» son más bien marginales.

—¿Ser populista es mantener vagos? ¿Es este un país que lo hace?

—Puede ser. El problema aparece cuando cuando solo molestan los vagos pobres. Te reto a que revises en Anses la lista de cuantos reciban asistencia, la compares con la población económicamente activa y veas cuantos son “ricos” y cuantos “pobres”. Los ricos nos salen más caros que los pobres, además. La quita de retenciones, los subsidios y condonaciones a empresas, dólar planchado con tasa alta, eso es todo para los “ricos”. Si vos le das plata a un tipo que la necesita lo que hace es gastarla. Si vos le das excedente a alguien que no lo necesita va a la timba financiera, o a la fuga. Ni siquiera es un problema moral, es practicidad; no sirve financiar a los ricos, no es rentable.