Por Santiago Fraga

Los índices criminales y de violencia que se registran a diario en Rosario indefectiblemente imponen en la agenda diaria el debate por la seguridad. A la eterna discusión sobre el ingreso de Gendarmería; la eficiencia de los efectivos actuales y el trabajo que se desarrolla judicial y ministerialmente, para algunos el remedio milagroso son las cámaras de videovigilancia. ¿Pero para qué sirven realmente?

Hoy día, según afirmó la intendenta Mónica Fein a la hora de anunciar las nuevas medidas de seguridad, la ciudad cuenta con 800 cámaras vigilando actualmente, sumadas a 400 más anunciadas a comienzos de año por el ministro de Seguridad, Maximiliano Pullaro, que están en proceso de implementación; todas ellas bajo el control del Centro de Monitoreo de la Movilidad y el Sistema de Videovigilancia del servicio provincial de Emergencias 911.

A esa cantidad, además, hay que sumarle las 200 cámaras ya instaladas o en proceso de instalarse en 50 líneas de colectivos urbanos, para las que se invirtió un estimado de 20 millones de pesos entre provincia y municipio.

Sin embargo, a las claras queda que la efectividad de este sistema dista de ser la esperada, por lo menos en materia de seguridad.

En agosto de aquel mismo 2014, a dos meses de la inauguración con bombos y platillos del sistema, el diario La Capital recordó en una nota tres episodios en donde se puso a prueba realmente la efectividad de las cámaras y fallaron.

En el primero, cuando se produjo un accidente de tránsito en Salta y Ovidio Lagos, donde falleció una docente, la cámara ubicada en esa misma esquina no captó el momento del siniestro, sino que estaba filmando para otro lado. Luego, en la céntrica esquina de Corrientes y San Luis, una pelea entre dos grupos de jóvenes a la salida de un boliche terminó con uno de ellos asesinado, y la cámara allí instalada estuvo apagada. Similares características tuvo un hecho en la zona oeste rosarina, donde el dispositivo tampoco estuvo encendido.

En cuanto a los acontecimientos recientes, por un lado las cámaras de seguridad sirvieron para identificar a uno de los partícipes en el asesinato de Fabricio Zulatto, mientras que por el otro no captaron el momento del accidente en que Lautaro González Riaño chocó y mató a un motociclista en Ovidio Lagos y Catamarca.

Conclusión ha recibido denuncias de vecinos rosarinos en donde sospechan que las cámaras ubicadas en sus barrios, donde toman lugar reiterados delitos, no están encendidas.

Por su parte, la Municipalidad tal como lo hizo en 2014 y 2015 vuelve a instar enérgicamente al Concejo a que apruebe que se puedan labrar multas de tránsito a través de lo que se capte en las cámaras, algo que por el momento no está permitido aunque éstas detecten alguna infracción. Esto se contradice claramente con las declaraciones recientes de la intendenta, que aseguró que las cámaras no tienen fines recaudatorios.

En aquel entonces ya se habían hecho sentir las respuestas de algunos ediles como Osvaldo Miatello, quien aseguró que “mezclar mecanismos de seguridad con fines recaudatorios no parece ideal«, o Jorge Boasso, que previo a la discusión expresó a través de Twitter: “Si aprueban en el Concejo autorizar cámaras de videovigilancia para multas de tránsito, les importa un carajo la inseguridad, sólo recaudación”. En estos días, la polémica se ha vuelto a instaurar.

Un sistema cuestionado en Europa

En octubre de 2008, la periodista Noé Le Blanc publicó en el diario francés Le Monde Diplomatique un informe sobre la efectividad de este sistema de seguridad, llamado “Bajo el ojo miope de las cámaras”, donde se parte del anuncio de la ministra del Interior de aquel país de aumentar de 20 mil a 60 mil la cantidad de cámaras allí, tomando como ejemplo al Reino Unido, en donde se hallaban instaladas al momento unas 4 millones de cámaras.

En el mismo, la periodista destacó algunos datos interesantes de la cuna de la videovigilancia, como por ejemplo que existe una cámara cada 14 habitantes, y que una persona puede ser grabada por los sistemas de seguridad hasta 300 veces al día.

Sin embargo, según reveló el diario español El País, un documento interno de la policía metropolitana hecho público en 2009 reveló, paradójicamente, que sólo un crimen había sido resuelto por cada 1.000 cámaras durante el año anterior.

Por otro lado, los sociólogos Gary Armstrong y Hiende Norris estuvieron 592 horas en tres centros de vigilancia, donde comprobaron que de 900 operaciones de vigilancia dirigidas, los servicios de policía sólo habían intervenido 45 veces, derivando finalmente en sólo 12 detenciones.

De igual manera, en el texto se cita al criminologista Jason Ditton, que previo a la implementación supo advertir que el “milagroso remedio” de las cámaras contra la inseguridad tenía, en realidad, pocas chances de ser exitoso: “Esperamos que los los sistemas de seguridad por video pongan fin a los robos, a las entraderas, a la violencia contra las personas, a los delitos contra los vehículos, al vandalismo, al tráfico de drogas o a los disturbios del orden público. Pero estos delitos no son cometidos por las mismas personas, ni por las mismas razones, ni en las mismas circunstancias, lo que prohíbe la adopción de una solución única que sea presentada como “todo en uno”.

A su vez, hizo especial énfasis en que este tipo de lucha contra el delito se compone de tres factores para tener éxito: un visionaje máximo en tiempo real de las imágenes por parte de la central; una comunicación fluida entre operadores y policía; y una reacción perfecta de los efectivos policiales.

Si por el contrario no se busca evitar los delitos en tiempo real, sino una utilización retrospectiva de las imágenes grabadas, el problema entonces pasa a ser el almacenamiento. En aquellos países, la gran mayoría de los sistemas conservaba sólo el 5% de las imágenes que grababa. Por ende, resulta complicado obtener luego pruebas judicialmente aplicables.

Allí entonces entra en juego el factor humano: la persona que está detrás de las cámaras. En la nota se cataloga como “ilusorio” que los operadores puedan estar pendientes de más de una cámara a la vez, y cita el testimonio de uno de ellos al comentarle: “No puedo decirle cuántas cosas se me escaparon mientras miraba otras pantallas. Las entraderas, los robos de autos y las agresiones que pasaron mientras miraba otras cámaras, es realmente frustrante”.

Y es que además de que la imposibilidad física de mantener la atención en más de una pantalla a la vez, también cuenta que la tarea de mirar las pantallas es tan fastidiosa como repetitiva. Según los datos recogidos por dos investigadores, en una zona residencial se daban 6 incidentes cada 48 horas de vigilancia.

Entonces, Noé le Blanc plantea que los operadores luchan contra el aburrimiento (con pausas para tomar café, ir al baño, leer revistas, crucigramas, somnoliencia) y contra el mismo voyeurismo, dando la estadística de que el 15% del tiempo de visionaje de las cámaras se utilizaba para vigilar mujeres.

De igual manera, también se podía observar un seguimiento prejuicioso, donde se ponía más énfasis en la vigilancia de aquellas personas con “apariencia sospechosa” que en los demás. Uno de los estudios arrojó como resultado que el 86% de las personas vigiladas por actitud sospechosa tenían menos de 30 años, el 93% eran hombres, y que las personas de raza negra tenían el doble de chances de obtener una “atención especial” que las personas de piel blanca.

Somos vigilados por el Gran Hermano, él todo lo ve, todo lo sabe”, escribió George Orwell en su mítica pieza literaria “1984”. ¿Es distinta la realidad que pretenden que vivamos los rosarinos bajo la atenta mirada de cientos de cámaras?