Por Esteban Guida

Las últimas novedades del mercado monetario y cambiario de Argentina reflejan que las medidas implementadas por el Banco Central de la República Argentina (Bcra), en concordancia con los lineamientos políticos y económicos del gobierno de Cambiemos, no logran salir de su lógica especulativa y se dirigen peligrosamente a una encrucijada de difícil resolución que remite a un triste pasado conocido.

Esta política, de tipo contractiva, se basó principalmente en la suba de la tasa de interés de referencia con el fin de desalentar las presiones sobre el dólar (compra de divisas), luego de la liberación del control cambiario (denominado “cepo cambiario”), en diciembre de 2015. Esta medida también perseguía un objetivo antiinflacionario con la siguiente lógica: al contraer la cantidad de dinero a disposición del público, la menor demanda agregada genera una caída en la actividad económica cuyo efecto recesivo induce una merma en el nivel general de precios de la economía. El combo de medidas se complementó con un fuerte endeudamiento en moneda extranjera, dispuesto para atender la demanda de divisas provocada por la libertad cambiaria y la desregulación del mercado de capitales (fuga de capitales).

Luego de un año y medio de esta nueva gestión, la situación se presenta altamente riesgosa, y lejos de haber logrado la tan anunciada estabilidad de precios, la espiral especulativa pone en jaque la lógica detrás de la política monetaria y cambiaria que desarrolla el gobierno.

Es que a tres meses de las elecciones de medio término, las expectativas se volvieron a desvanecer. Movido por el ánimo de relajar la crudeza de su política, la autoridad monetaria redujo sensiblemente la tasa de interés de referencia, apoyándose en la supuesta confianza de los mercados y en la idea de que “la inflación estaba controlada”. La expectativa era que el mercado acompañara las nuevas tasas sin acentuar excesivamente la demanda de dólares, pero esta iniciativa coincidió con la tradicional tendencia especulativa de los agroexportadores que desde hace varias semanas venían postergando la liquidación de las divisas (a niveles inferiores a los que liquidaba durante el gobierno anterior).

El resultado fue un ritmo devaluatorio “más acelerado” de lo previsto y la verificación de nuevas presiones inflacionarias que, como se sabe, siempre ocurren luego de una variación del tipo de cambio, por manos de quienes tiene control para fijar los precios.

Para controlar esta situación, y en una muestra de la convicción que la autoridad monetaria tiene respecto al modo de administrar las variables a su alcance, el Bcra retornó a su lógica inicial y esta semana volvió a elevar fuertemente la tasa de referencia. Así, llegó a pagar por una letra a 5 días un 27,75% anual, y 26,60% para aquellas a 33 días. Una “supertasa” que echa por tierra cualquier pretensión de promover la inversión y real y reactivar la economía.

Al invitar a los operadores a sigan en “la verdadera fiesta” que implica el “carry-trade” (comúnmente llamada “bicicleta financiera”), quienes tenían posiciones en dólares volvieron a verse tentados por esta “supertasa” y vendieron para aprovechar un extraordinario negocio; así, el dólar se estabilizó momentáneamente. Es de esperar que esta tendencia se mantenga unos días, ya que el BCRA está preparando una nueva licitación de Lebacs por una astronómica cifra ($500.000 aproximadamente) la que seguramente se cerrará con tasas cercanas a las actuales.

El resultado de todo esto es sin dudas negativo. El gobierno no logra “ablandar” su política porque ha generado el marco regulatorio propicio para la especulación, el libertinaje financiero y la fuga de capitales. Así y todo, sigue reforzando la lógica monetarista, sin ponderar el costo fiscal (déficit fiscal y cuasi fiscal), el atraso cambiario (déficit comercial) y la economía real (caída de la actividad, desempleo, etc.).

Esto no se trata de un error en la política económica, ni una “traición” de los mercados al gobierno. Es el resultado directo, lógico y previsible de una política que, lejos de plantear el retiro del Estado de la economía, lo pone a disposición de los grupos concentrados de poder para que satisfagan sus ambiciones de ganancias extraordinarias, convidando algunos bocados a un sector medio de la sociedad, a fin de tentarlos a ser indiferentes con aquellos que reciben apenas una migaja.

Lic. Esteban Guida, [email protected]