Por Santiago Fraga

Esta noche será de festejo. Tantos días de sufrimiento y tantas horas de especulación culminaron con el gran triunfo argentino por 3 a 1 en Ecuador, con una actuación descomunal del mejor jugador del equipo, Lionel Messi. Una vez más es el 10 fue el encargado de tapar todos los agujeros y mantener con vida a este barco, que tiene el más ambicioso rumbo y los peores comandantes.

Argentina estará presente en Rusia 2018, pero será sólo gracias a la magia de algunos jugadores y a contar con un plantel con muchos de los mejores futbolistas del mundo. Porque por lo hecho dirigencialmente, desde esas oficinas en donde se manejan los hilos del fútbol argentino, seguirá quedando la sensación de que se hizo todo lo posible para que el combinado nacional sufra una de sus peores humillaciones.

Tres técnicos en 18 partidos son el ejemplo claro de un nefasto manejo que va en detrimento de los rendimientos, los procesos e incluso de los resultados (Gerardo Martino perdió 1 solo partido). Yendo en retroceso, la camiseta celeste y blanca viene de ser motivo de vergüenza en 2016 no por perder una final de copa, sino por el papelón ocurrido en la previa de los Juegos Olímpicos, donde el improvisado técnico Julio Olarticoechea sufrió hasta último momento para poder convocar 18 jugadores, quedando eliminados merecidamente en primera ronda.

Más atrás en el tiempo podemos situarnos en 2007, año del último título mundial de la gloriosa sub 20 Argentina. Desde la partida de Hugo Tocalli (post-histórica etapa de José Pekerman), seis técnicos desfilaron por la divisional que siempre supo ser de enorme importancia para el desarrollo de la Selección mayor. Sergio Batista, Walter Perazzo, Marcelo Trobbiani, Humberto Grondona y Claudio Úbeda fueron los nombres de una debacle sin precedentes, que llevó a perder totalmente la identidad y a desperdiciar generaciones de grandes jugadores.

Esas generaciones desperdiciadas son las que ahora padecerá la Selección mayor. Sergio Romero, Federico Fazio, Gabriel Mercado, Éver Banega, Sergio Agüero, Lionel Messi, Lautaro Acosta, Ángel Di María y Alejandro Gómez fueron algunos de los nombres que consiguieron aquel último Mundial en Canadá. Esa camada es la que está siendo titular hoy, como para entender la importancia que esa categoría conlleva al primer equipo. Cuando esos jugadores ya no estén, llegarán las generaciones que sumaron fracaso tras fracaso en las juveniles al ser llevadas por un mal camino. Porque en las divisiones de menores lo más importante, se sabe, no son los resultados, sino que los jugadores vayan adquiriendo experiencia, empapándose de una identidad, forjando una idea de juego, sociedades, conociéndose con los que serán sus compañeros. Todo eso es lo que no se hizo en la Argentina en los últimos 10 años.

Y a su vez, ese despropósito para con una de las selecciones más ricas en materia prima del mundo es el fruto de todos los despropósitos dirigenciales que las instituciones del fútbol argentino sufren domingo tras domingo en el plano local. Esos mismos dirigentes del 38 a 38, de los clubes en quiebra, de las deudas interminables, de las triangulaciones, de las coimas, de los lavados de dinero y de las relaciones políticas y de poder son la primera piedra de lo que termina viéndose dentro del campo de juego. Lionel Messi es ese diamante que sigue brillando a pesar de aquellas oscuras nubes que ensombrecen la cancha argentina. Que su luz no encandile todo lo demás, y que este susto sirva para cambiar algo.