Por Florencia Vizzi – 70/30

Lo Clásico: The Bad and the Beautiful – 1952

Ficha técnica:
Dirección: Vincente Minnelli – Producción: John Houseman
Protagonistas: Lana Turner- Kirk Douglas-Walter Pidgeon – Dick Powell- Gilbert Roland -Barry Sullivan – Gloria Grahame

– “Algunas grandes películas están hechas por personas que se odian”

– “Entonces, hagamos una gran película”

(The Bad an the beauty, Vincent Minelli, 1952)

En 1952 el director Vincent Minelli rompió con algunos de los pilares que caracterizaban su estilo, como dirigir musicales y filmar en color. Para cumplir su rol de director en la película Cautivos del Mal (The bad and the beautiful), se permitió bucear ácidamente en el corazón de Hollywood y exponer con bastante crudeza aquellos misterios y miserias sobre los que se cimentó una de las industrias más poderosas de todos los tiempos.

El retrato logrado por Minelli es despiadado, a la vez que encantador y atrapante. Con un estilo caústico, en la tradición de Sunset Boulevard aunque en tono bastante más amable, vuelve la mirada hacia adentro, hacia la construcción de una película dentro de la gran maquinaria desde el germen de la idea, pasando por las clásicas disputas entre los directores, el productor y los dueños de los estudios, hasta el último movimiento de la cámara. ¿A quién le pertenecen los laureles? ¿Al productor, al director, al guionista o a las estrellas que lo interpretan?

Jonathan Shields, un otrora todopoderoso productor hollywodense responsable de grandes éxitos cinematográficos, intenta volver al ruedo luego de haber caído en desgracia. Para ello debe convencer a un famoso y premiado director, Fred Amiel; a un guionista ganador del premio Pullitzer, James Lee Bartlow; y a una actriz devenida en mega estrella, Georgia Lorrison, a que accedan a ser parte de su nuevo proyecto.

A través de tres flashbacks, la película narra cuál fue la relación de cada uno de ellos con el ambicioso productor y el por qué ninguno quiere tener nada que ver con él, ni tan siquiera dignarse a atenderle el teléfono. La ironía de la historia reside en que las carreras de los tres sólo fueron posibles gracias a las artes y desmanes de Shields. La manipulación, las mentiras y los turbios manejos dieron impulso a sus triunfos, pero esas victorias también fueron paridas de la mano de la desilusión y el dolor.

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Shields, interpretado por Kirk Douglas con un pulso que roza la perfección, es cínico, brillante y sin escrúpulos. Tiene la habilidad de saber qué cuerdas debe tocar para obtener lo que necesita de las personas que lo rodean y el carisma necesario para hacerlo exitosamente. Sin embargo, es también un personaje trágico que deja entrever con sutileza que no podrá escapar al destino de su apellido y que, tal vez, como hizo él con su padre, alguien deberá contratar extras para que su entierro no se vea tan desierto.

Filmada en un preciosista blanco y negro (aunque la historia cuenta que en esa elección influyó notablemente la necesidad de abaratar costos) y meticulosas fotografía e iluminación, Cautivos del Mal no tiene un solo detalle librado al azar. Está construida con el obsesivo cuidado de un artesano: cada plano, cada encuadre tiene una debida justificación y se suceden con ritmo de partitura. En ese mismo nivel está la dirección de actores entre los que destacan junto a Douglas, Lana Turner y Gloria Grahame, quien obtuvo un Oscar en la categoría mejor actriz de reparto por el su papel de “chica sureña deslumbrada por las luces de Hollywood”.

La película, que según los expertos en la materia, refiere en forma bastante descarada a destacados nombres de la historia de la meca del cine, como ser David O. Selznick en quien se inspira el personaje de Kirk Douglas, Orson Welles, Jacques Tourneur, Alfred Hitchcock y Eric Von Stroheim, cosechó otros tantos premios Oscar: mejor dirección artística en blanco y negro mejor fotografía, mejor vestuario y mejor guión original.

Pero, más allá de premios y cuestiones técnicas, la maestría de Cautivos del Mal reside en su ambigüedad, en el encanto casi simpático, y no exento de humor, con el que describe el lado oscuro del sueño hollywodense. Uno se ve obligado a reconocer el doble juego, la pesadilla oculta detrás del sueño alcanzado, la otra cara de la moneda. Uno se ve obligado también a preguntarse si no es necesario aceptar ciertas reglas del juego para alcanzar ciertas metas. Y tal vez por eso, en el fondo, uno, como espectador, desee con intensidad que Shields obtenga lo que busca, una nueva oportunidad, una chance de redención.

Lo moderno: Films stars don’t die in Liverpool (2017)

Ficha técnica:
Dirección: Paul McGuigan
Guión: Matt Greenhalgh sobre las Memorias de Peter Turner

Nací cuando ella me besó. Morí cuando me abandonó. Viví unas semanas mientras ella me amó.”

(In a Lonely Place, Nicholas Ray, 1950)

Las estrellas de cine no mueren en Liverpool está lejos de ser una obra maestra. Es una película pequeña, con los condimentos clásicos de una historia de amor y el encanto melancólico que brinda el saber que, en gran parte, se trata de una historia real y que la protagonista de esa historia fue nada menos que Gloria Grahame, femme fatale del Hollywood Clásico y estrella maldita si las hay, por no haber sabido tolerar con la cabeza gacha las crueles imposiciones y el maltrato y la explotación al que el star system solía someter a sus estrellas, particularmente a las femeninas.

Peter Turner tenía 27 años cuando, en 1979, se topó con Grahame, en Liverpool. La actriz, ganadora del Oscar por su papel en Cautivos del Mal y consagrada por sus roles en obras maestras como Los Sobornados y En un lugar solitario, estaba de paso en esa ciudad, interpretando un papel en una obra de teatro, actividad a la que se dedicaba en exclusiva luego de su retiro de Hollywood. A pesar de los casi 30 años de diferencia, ambos empezaron un intenso romance que se extendió por dos años, hasta que Gloria murió de cáncer en 1981.

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Basada en el libro que Turner, actor y director de teatro, publicara en 1986, el film es esencialmente un melodrama romántico, que comienza con un llamado telefónico que alerta a Peter que Grahame, quien terminó con él meses atrás sin darle razones (y que luego se enterará que fue a causa de la enfermedad), se encuentra enferma y sola en un hotel de Liverpool. A partir de allí, la película alterna entre pasado y presente, entrecruzando la historia de amor desde que se conocieron con los últimos días de Grahame y cómo impactan en Peter y su familia.

Lo mejor de Las estrellas de cine… son las interpretaciones de sus protagonistas. La pareja de Annete Benning y Jamie Bell consigue una química muy auténtica, genera empatía y emociona. Benning ofrece una Gloria Grahame creíble y medida, con el toque justo de melodrama que toda diva de Hollywood debe ostentar y logrados gestos y tonos de voz que remiten sin dudas a la bella Gloria. El desempeño de Bell también tiene sus laureles.

El otro elemento que se disfruta es sólo apto para cinéfilos, y tiene que ver con los guiños y referencias a la carrera de Grahame y al cine en general, que van desde un “Con amor, Bogie” hasta una icónica escena de Alien.

Tal vez la cinta no pueda calificarse de inolvidable, pero vale la pena acercarse a la historia, aunque más no sea para satisfacer esa vocación de voyeur de todo amante del cine y, por qué no, verter copiosas lágrimas por ese amor truncado, por aquello que no pudo ser.

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En cierta forma puede decirse que esa historia de amor vino a reivindicar la figura de Gloria Grahame, que brilló en algunas de las más emblemáticas producciones del cine negro y trabajó bajo las órdenes de directores de la talla de Elia Kazan, Nicholas Ray y Fritz Lang entre otros. Sin importar el papel que le tocara, Graham no pasaba desapercibida. Al menos dos de ellos serán inolvidables para todo amante del noir que se precie: la increíblemente sensual Debbie Marsh, que es quemada con café caliente cuando se atreve a desafiar a su amante, el despreciable gángster interpretado por Lee Marvin en “Los sobornados” de Fritz Lang, y el papel de Laurel Gray, la pareja de Humphrey Bogart en esa inolvidable pieza maestra que es En un lugar solitario, dirigida por Nicholas Ray, con quien también estuvo casada.

El brillo de Grahame no fue tan extenso como intenso. Nadie podrá recorrer los clásicos del noir sin nombrarla, pero esa intensidad consumió gran parte de su talento. Una profunda inseguridad que se ponía de manifiesto, sobre todo, en su obsesión por su apariencia física y las cirugías estéticas, su negativa a responder a determinados mandatos de la época y de los grandes estudios, los cuatro matrimonios malhabidos y un sinfín de rumores malintencionados que contribuyeron a su derrumbe, acabando con una internación durante un tiempo en una institución mental en donde la aplicaron electroshock.

El declive comenzó luego de divorciarse de Nicholas Ray. Las malas lenguas decían (aunque ella lo desmentía) que ese matrimonio, explosivo desde todo punto de vista, terminó de estallar cuando Ray la halló en la cama con su hijastro Anthony, de 13 años, con quien se casó varios años después. Lo hizo en Tijuana cuando él tenía 23 y ella 36. Luego de esa boda, su marido anterior, el guionista Cy Howard, la acusó de mala madre y empezó una batalla por la custodia de su hija Marianna. Ese fue el principio del fin. Luego sobrevino la caída emocional y le reclusión.

En Las estrellas de cine… es la escena final la que, probablemente, valga toda la película. Allí pueden verse todo el magnetismo, la sensualidad y también la humildad de una gran estrella, una de esas que nunca mueren.

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