Por Belén Corvalán y Guido Brunet

Producción fotográfica y de video: Darío Soldani

Raúl Gómez y Mauricio Yaco combatieron en Malvinas y compartieron sus experiencias, sus heridas -las físicas y de las otras-, la pequeña distancia que los separó de la muerte, la caída de compañeros a su lado, el abandono en las islas, su vuelta, el abandono. Y su unión para seguir contribuyendo con la sociedad. Dos versiones de un mismo hecho en el que cada uno de los que estuvieron allí pueden decir algo diferente. Y cada historia construye una gran historia, pero con la misma enseñanza: en la guerra no hay ganadores.

En diálogo con Conclusión y en el escenario del Monumento que honra a los caídos en Malvinas, pero también a todos aquellos que lucharon y pudieron volver a su país, Raúl Gómez y Mauricio Yaco expusieron sus vivencias a corazón abierto. Ambos pertenecen al Centro de Ex Combatientes de Rosario, que nuclea a unos doscientos soldados. El espacio representó y lo sigue haciendo, la contención que muchos no encontraban en otros ámbitos y un punto de partida para continuar colaborando con los demás, como si lo ya realizado no fuese suficiente.

Gómez, una vida en un instante

Raúl Gómez tiene 53 años, es viudo con dos hijos que describe como “los amores de su vida”, ante la pregunta sobre su edad, responde y bromea entre risas: “Soy veterano de guerra, y veterano de edad, doble veterano”. Entre las canas y las incipientes arrugas que se esfuerzan por hacerse notar en su rostro, y se acentúan en cada gesto, se asoma cada tanto aquel joven que con tan sólo 19 años, el 9 de abril de 1982, desembarcó en Malvinas junto con sus compañeros, a representar y luchar por Argentina.

Dueño de un gran sentido del humor, no hay oportunidad que desperdicie para hacer un chiste y reírse, como una constante forma de agradecerle a la vida el poder contar su historia, un destino que desafió en más de una oportunidad durante los 74 días que estuvo en Malvinas. Durante su relato es imposible no querer viajar en el tiempo con él e imaginarse a Gómez cuando era sólo un joven, como otros tantos, con las preocupaciones propias de esa edad, una adolescencia que repentinamente se encrudeció ante el llamado de su país, con todo lo que vino después. “De un día para otro me vi con un fusil en la mano, no sabías si ibas a matar gente o no, y si lo hacías era porque no te quedaba opción”, expresó.

Sin embargo, pasados ya 35 años de aquel conflicto bélico del que ellos fueron protagonistas, pero del que todos los argentinos son parte, la herida continúa abierta, y duele. Duelen los que no volvieron, la falta de reconocimiento y los que volvieron, pero aún así no pudiendo soportar la marginación y la falta de contención con la que se encontraron recayeron en adicciones o depresiones y en el peor de los casos optaron por quitarse la vida.

“No reconocieron a mis compañeros que quedaron allá y no veo un cambio con respecto al tema de Malvinas, una política de Estado en la cual se quiera recuperar realmente. Malvinas no es únicamente nuestra por haber participado en esta guerra, Malvinas es de todos porque es un territorio nacional y nos corresponde a todos”, manifestó consternado por el hecho de que ningún gobierno tomó en consideración la causa y se haya hecho cargo de tal problemática.

“Estoy muy orgulloso de lo que hice, hice lo que pude. Pero si me preguntan de la guerra agotaría los últimos recursos para tomar un arma y entrar, porque no deja nada bueno, muestra la peor miseria humana y deja heridas no sólo en el cuerpo y en lo psicológico, sino en el alma, que son muy difíciles de sanar”, expresó con respecto a todo lo vivido.

No hay preparación

“Nunca podes prepararte para una guerra porque sería prepararte para la muerte, pero si podes tener una introducción militar acorde a determinada situación”, señaló Gómez, y añadió que en ese entonces ellos estaban totalmente desinformados de la situación que iban a vivir, razón por la cual ni siquiera pudo despedirse de sus familiares.  “Nos dieron un franco interno, no podíamos alejarnos a más de 100 kilómetros de la base, el día 5 de abril llegamos nuevamente a la base y nos dijeron que nuestro próximo destino iba a ser Malvinas, así que nos dieron elementos de rancho, una bolsa de aeronáutica, y siete racionamientos. Supuestamente íbamos para ensanchamiento y prolongación de la pista de aterrizaje, y esos siete días se convirtieron en 74”.

De allí fueron subidos a un avión en “El Palomar”, y por inclemencia del tiempo, mucho viento y poca visibilidad, debieron aterrizar en Comodoro Rivadavia, donde estuvieron tres días haciendo aprovechamiento de terreno, todo lo que respecta a la instrucción militar.

 

El 9 de abril fue la fecha en la que pisaron las Islas Malvinas, a las que arribaron en un Fokker 27. Apenas llegué lo primero que me recibió fue un viento helado que me cortaba la cara, fui desabrigado para la situación climática de ese lugar, con camisa, remera, tricota, y una garibaldina. Se manejaban temperatura de menos ocho grados en adelante. Fue bastante duro, lo primero que atiné a hacer fue buscar guantes. Así estuvimos en una carpa hasta que los ingleses se estaban acercando, ahí empezamos a distribuirnos por la parte de la costa de Puerto Argentino a hacer pozo de zorro, para resguardarnos de los fusiles enemigos”.

Las bajas temperaturas, la falta de alimento y las sucesivas situaciones de riesgo de vida, era constante, sin embargo destacó dos episodios en los que se vio entre el cielo y la tierra. “Toda la guerra me marcó a fuego, pero el 1 y el 25 de mayo sentí que estaba al borde de la muerte, más allá de que todos los días vivíamos al borde”.

Se retrotrae en el tiempo, fija la vista en un punto y viaja a la situación, la relata: “El 1 de mayo a las cinco y media fue el primer bombardeo donde cayó el primer compañero, García. Me habían mandado a acomodar un puesto de avanzada que quedaba cerca de la costa, donde nos íbamos a cubrir de los disparos del enemigo, en eso, veo que un compañero viene corriendo y ahí empecé a correr yo, un cabo del ejército me hace señas de cuerpo a tierra, cuando me doy vuelta hacia atrás veo el cielo verde, que eran las tanzas de los aviones que venían bombardeando y ametrallando, veo uno que venía directo hacia mí, me cortaba al medio. En fracciones de segundo se me pasaron todas las historias de mi vida. Tiempo después me enteré que eso se refleja cuando se está muy cerca de la muerte”, expresó. Y agregó: “¿Te podés imaginar no?, los talones en la nuca, creo que en dos segundos hice 150 kilómetros, el Speedy Gonzales es poco, eso es lo que recuerdo y el cabo me dijo ‘¿cómo hiciste para correr tan rápido?’, le digo, ‘espero que no te lluevan las balas a vos, ahí te vas a dar cuenta como corrés’”.

«Los aviones venían ametrallando, en fracciones de segundo se me pasaron todas las historias de mi vida»

La otra anécdota, en la que asegura que la muerte lo rozó, fue el 25 de mayo. “Me toca hacer una guardia en un puesto, todas las noches los enemigos se paraban a hacer una visita de bombardeos. En eso, un compañero me pregunta: ‘¿qué pasa Gómez? ‘Están bombardeando, pero es a 100 metros le contesto’. ‘Pero métete adentro me dice’. No alcanza a terminar la frase que escucho el estallido de una bomba del buque”. Dos situaciones que le quedaron grabadas en su cuerpo y mente para siempre por la cercanía con la que la muerte pasó por al lado de él.

En todo ese contexto, se sumaba la poca comunicación que mantenían con familiares mediante alguna que otra carta, que encima llegaban a destiempo. Gómez remarcó que su madre no se enteró de nada de lo que él vivió en Malvinas. “Yo no le alcancé a decir que me iba, desde la base del ejército le mandaron un telegrama en el que decía: ‘mamá estoy bien, beso’, cuando ya hacía 30 días que yo ya estaba en combate”.

Pese a haber pasado por situaciones de extremo miedo durante la guerra, aseguró que el miedo sigue existiendo. “Siempre se le tiene miedo a algo, hoy por ejemplo, le tengo mucho temor a que me pase algo a mí, porque mi señora falleció y mis hijos quedarían solos, el que dice que no tiene miedo es mentira”.

Alto el fuego

Cuando les informaron de la rendición, les comunicaron que no tenían que hacer ningún tiro más, había un cese al fuego, las tropas inglesas ya habían tomado el poder en gran parte de las tierras. “Ahí no podíamos efectuar más ningún disparo, nuestros superiores nos habían dicho que la guerra se había terminado”, explicó.  Al momento de recibir tal noticia luego de más de setenta días lejos de su familia, Gómez expresó que se le inundó el cuerpo de muchas sensaciones encontradas, todas juntas, desde bronca, alegría, y tristeza. “Bronca porque queríamos traer una victoria y trajimos una derrota, alegría porque me iba a encontrar con mi familia y tristeza por todos mis compañeros que habían caído”.

Sin embargo, una vez informados que la contienda había finalizado no regresaron inmediatamente a sus hogares. “Nos dejaron ahí y nos engordaron como los chanchos, yo fui con más de ochenta kilos, y volví con un poco menos de cincuenta, estaba muy delgado”.

Ante la pregunta de cómo fue el encuentro con su madre, luego de estar 74 días en la guerra, se le presenta el recuerdo y no puede evitar que lo invada la emoción y se le dibuje una sonrisa. Al regreso, a todos los que pertenecían a Rosario, los trajeron en avión, una vez llegado a la ciudad Gómez se tomó un colectivo, que lo dejaba a cinco cuadras de su casa. “Estuve como una hora para llegar a mi casa porque todos me saludaban, me frenaban para preguntarme. Yo lo único que quería era llegar a mi casa porque la iba a ver a mi vieja, tenía sensaciones de que iba a estar mal, porque me iba a ver en las condiciones en las que estaba”.

“Mi vieja estaba trabajando, cuando le avisaron, vino corriendo y nos abrazamos”, recordó. Tan grande y profundo es el amor que lo une a su mamá que ya estando en Rosario entero y vivo, durante los años posteriores, jamás pudieron hablar de Malvinas por el tremendo dolor que aún le sigue generando a la madre. “A mi vieja le duele preguntar, hubo un respeto mutuo de no preguntar para no lastimarnos». Fue recién después de 34 años dando su testimonio para un libro cuando habló por única vez del tema. “Con cada pregunta se desgarraba al máximo, lloraba y lloraba. Y eso que yo volví. Te imaginas esas madres que aún siguen esperándolo”, expresa Raúl.

Sin embargo, a la sensación de alegría de estar en casa nuevamente rodeado del afecto familiar, se le presentó la contracara, tener que seguir luchando ante un Estado que se mostró ausente frente a las más mínimas necesidades: “Nos costó reinsertarnos en la sociedad y nos dieron la espalda, nosotros no pedíamos alfombra roja, pero sí hubo nueve años de abandono. No teníamos trabajo, por el solo hecho de haber estado en Malvinas. Éramos marginados, era preferible cualquier persona a un ex combatiente, nadie se hizo cargo de nosotros”.

“Nos costó reinsertarnos en la sociedad, nos dieron la espalda, hubo nueve años de abandono»

“Cuando salía a buscar trabajo, se enteraban que yo había estado en Malvinas, porque yo lo ponía orgulloso que había defendido mi país y cuando me daba vuelta arrugaban la ficha (porque en ese tiempo no existía el curriculum) e iba directo al cesto de basura”, explicó Gómez.  Ante tal situación, casi paradójica, se vio obligado a tomar la decisión de omitir el dato. De esa forma, pudo meterse en la Policía que describe como uno de los pocos caminos que le quedaron ante la falta de opciones: “Lo hice en contra de mi voluntad, imagínate que volví de la guerra y lo que menos quería era tener una pistola en la cintura”, luego, a los 28 años se casó.

Gómez adjudica su recuperación y el no haber bajado los brazos luego de la guerra al apoyo que recibió de su  familia, a un poco de suerte y a la convicción de que para algo estamos en este mundo:  “Yo creo que siempre uno queda por algo en este mundo, hace 35 años que vivo agradeciendo a pesar de todo lo que me ha pasado”.

Las deudas y la unión

Sin embargo, a tres décadas y media de aquel suceso las deudas no están del todo saldadas. “Hoy no somos reconocidos como héroes. No sé si por suerte o por desgracia pudimos volver. Para nosotros nuestros verdaderos héroes son los que quedaron allá. Sin distinción de bandería política, desde que comenzó la democracia hasta el día de hoy, no nos sentimos reconocidos. Tenemos un montón de madres que no tienen a donde ir a visitar a sus hijos, se tendría que haber costeado a nivel gobierno para que puedan ir, porque sale fortuna viajar hasta allá y no creo que esas mujeres tengan mucho más tiempo de seguir viajando. Eso nadie lo toma en consideración”, asegura.

A la vuelta de la guerra, tuvieron que enfrentarse a las problemáticas por las que atravesaban muchos de sus compañeros y ante la falta de respuesta del gobierno, ellos mismos debieron tomar cartas en el asunto y responder. Y bajo la premisa: “La unión hace la fuerza”, eso hicieron, se unieron. “Gracias a Dios a los que seguimos en la lucha nos dio un poco más de fuerza. No tenemos rencor, ni odio, nosotros volcamos en solidaridad para aquellos que realmente lo necesitan”.

Con la idea de uno de los pilares que los identifica, la solidaridad, se fueron organizando y le dieron vida al Centro de Ex Combatientes en Rosario, una forma de integrarse entre ellos y de también poder ayudar a los más necesitados. “Una vez que estuvimos organizados vimos que había necesidades en nuestra ciudad y quisimos sumarnos a poner nuestro granito de arena. Nosotros sabemos lo que es estar al borde de la muerte, sentir frío, dolor de panza del hambre, comer de la basura, a mí nadie me la tiene que venir a contar”.

 

 

Yaco, heridas que tardan en cicatrizar

Mauricio Yaco tenía 19 años cuando le tocó ir a la guerra. Al principio pensó que iba a permanecer unos días allí y luego regresaría. No tenía conocimiento de lo que sucedería después. Aunque él fue uno de los más preparados para enfrentar el conflicto, ya que en aquel momento era cabo y hacía tres años que había ingresado al Ejército, cuando dejó su hogar en Rosario para ingresar en la escuela militar a los 16 años.

“Nosotros fuimos a Malvinas con el apoyo del pueblo a defender nuestra soberanía y nuestra bandera”, expresa orgulloso Mauricio.

En su grupo de infantería de Marina eran 75 hombres. De los cuales regresaron 73. Los dos que quedaron allí cayeron frente a él, en el mismo momento que Mauricio recibió un proyectil que lo hizo debatirse entre la vida y la muerte, pero para ese entonces, ya estaba acostumbrado.

A pesar de que el recuerdo por lo sucedido es permanente, al acercarse esta fecha, surgen sensaciones especiales. “En estos días es como que se enciende el cassette y empiezo a recordar día por día desde la semana anterior al comienzo de la guerra”.

Heridas y pérdidas

En Malvinas la temperatura oscila entre los 5 y los 12 grados bajo cero. Los días eran lluviosos. El sol salía poco. Por lo que en cuanto a las condiciones de abrigo y alimentación la situación fue dispar entre muchos de los más de diez mil soldados que fueron a Malvinas.

Yaco comenta que contaba con camperas para soportar el ambiente hostil, aunque “cuando se nos mojaba el equipo no había reposición y empezábamos a sentir el frío». Pero muchos no tenían ni siquiera ese equipo, les dieron camperas que no protegían de las bajas temperaturas. Con relación a la escasa comida con la que contaban, el cabo sintetiza: “Falló la logística”.

Yaco diferencia dos etapas del conflicto: la recuperación y la defensa de las Islas. La primera dice que “fue algo estudiado que lo venían planificando desde hacía 30 años”. “El plan era recuperarlas sin riesgo para los civiles que se encontraban en el lugar y esperar que se arregle diplomáticamente. Lo que pasó después todo el mundo lo sabe…”.

Mauricio se refiere al acto en el que Galtieri desafía a los ingleses con su “si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”.

“Pero las Fuerzas Armadas no estaban preparadas para combatir en un terreno insular. Y los ingleses se vinieron con todo y trajeron todo su poderío y nos cerraron los caminos. Entonces nuestros aviones y barcos dejaron de llegar. Por eso sufrimos el frío y el hambre. Queríamos que venieran a reemplazarnos. No había reemplazo. Sabíamos que estábamos jugados y no había vuelta atrás”, analiza Yaco.

Mauricio a veces se tarda un poco en responder, se puede percibir los sentimientos que lo atraviesan a la hora de hablar de su experiencia. Pero también se nota la necesidad de exteriorizar esas emociones que permanecen profundas dentro suyo. Porque las lesiones no son sólo físicas, también duele el alma. “Hay heridas del alma que son más difíciles de cicatrizar que las otras”, dice.

 

El hombre recuerda aquellos momentos en los que debió luchar por su vida, y en ese acto, por la vida de sus compañeros y la tierra de los argentinos. Allí, en las Islas sufrió una grave herida que lo dejó fuera de combate. Las esquirlas de una bala lo alcanzaron y resultó gravemente herido. A tal punto que la onda expansiva del proyectil no lo dejaba respirar. Dos de sus compañeros, que estaban a su lado en ese momento también, fueron heridos. Ellos siguen en las islas.

“Los ingleses avanzaron sobre Puerto Argentino, ahí comienza el combate, empezamos a tirarle al enemigo. El 12 de junio ubican nuestra posición y la batería comienza a hacer fuego directo sobre nosotros en lo que se llama fuego contra batería. En ese cruce yo caigo herido y muere el soldado conscripto Justo Falcón y al otro día muere Edgardo Mancilla, fue muy duro para todos. Mis compañeros no dudaron en sacarme, el bombardeo continuaba, caían proyectiles por todos lados y mis compañeros arriesgaron su propia vida para sacarnos de esos pozos y llevarnos a un lugar seguro para que luego pase el camión y nos lleve hasta el hospital de Puerto Argentino”, recuerda al detalle aquel momento.

Ese enfrentamiento le provocó una herida en el brazo por esquirlas, roces de esquirlas en las piernas y la onda expansiva que le produjo un neumotórax, lo que no lo dejaba respirar. Pero a pesar de regresar al continente herido faltando dos días para la finalización de la guerra, a Mauricio lo que más le dolió fue abandonar a su grupo.

“Dentro de ese dolor y esa angustia que sentíamos cuando estábamos allá hubo dos momentos fundamentales, el bombardeo del 1 de mayo, las bombas caían y no sabíamos qué nos iba a pasar y cuando tuve que dejar Malvinas. Eso fue lo que más me angustió”, sentencia.

La guerra no terminó

Más allá de las lesiones del cuerpo, hay heridas tan o más dolorosas que una bala. “Las lesiones físicas fueron curando con el tiempo, fueron sanando, pero hay algo muy importante, los que fuimos traemos las heridas en el alma, eso nos costó mucho solucionar”.

No fue hasta varios años después de la guerra que Yaco pudo verbalizar lo sucedido allí. «El tiempo va curando cicatrices… Me recomendaron que lo cuente, así que luego de un tiempo pude empezar a hablarlo”, reconoce.

Mauricio pudo rehacer su vida, estudiar, trabajar, formar una familia, pero otros no lo lograron encauzar su existencia. Muchos cayeron en el abandono, la droga, el alcohol, la depresión y un número importante se ha quitado la vida desde el 82 a esta parte. El caso más emblemático tal vez sea el de Eduardo Paz, quien el 22 de noviembre de 1999 se arrojó desde el Monumento a la Bandera.

“Me parece que lo que nos rescató fue formar nuestro centro de veteranos de guerra y ayudarnos el uno al otro. Mis amigos, mis conocidos, mi entorno no me entendían, nadie me comprendía, nadie sabía lo que estaba pasando por mi cabeza ni lo que yo sentía, los únicos que comprendían eran los que estuvieron en Malvinas, aunque hayan estado en otro lugar, pero para mí eran  mis hermanos, que sabían lo que pasaba por mi cabeza, y su vez yo sabía lo que les pasaba a ellos con sólo mirarlos”, confiesa Mauricio.

«Los únicos que me comprendían eran quienes estuvieron en Malvinas»

Respuesta o no respuesta del Estado

Entre los grandes golpes que sufrieron, uno de los más fuertes fue la indiferencia por parte del Estado. “Por la desmalvinización, el intento de tapar todo, se nos olvidó. No tuvimos contención del Estado, no teníamos trabajo, salud, absolutamente nada”, denuncia Yaco.

“El Estado nunca respondió. Todo lo que se consiguió, se consiguió con lucha, a través de movilizaciones en las que pedíamos lo que necesitábamos como personas que fuimos a defender nuestra patria”. En el 90 se les brindó una pensión, que era el equivalente a la mitad de una retribución mínima. “Nosotros no queríamos plata, queríamos trabajo y salud. Porque se nos estaba muriendo la gente”.

Dentro de todo eso, Yaco reconoce que “Santa Fe fue la provincia que mejor se ocupó de esta causa. Nos dio casa, obra social, la provincia nos apañó y nos cuidó muchísimo, luego de los diez o doce años después de la guerra”.

Como contracara, Yaco agradece el apoyo por parte de la sociedad argentina: “La gente siempre estuvo al lado nuestro, nosotros siempre fuimos los mimados por el pueblo. En los actos oficiales siempre recibimos la caricia de la todos”.

Cambiar la mochila

Después de la guerra, los veteranos comenzaron a juntarse y de allí surgió el Centro de Ex Combatientes. Luego llegarían las obras solidarias que llevan adelante en Rosario y todo el país.

“Nosotros trajimos una mochila cargada de piedras y la transformamos en solidaridad. Es como devolverle a pueblo lo que nos dio. En los primeros años íbamos a las inundaciones solamente para ayudar con nuestra presencia porque no teníamos nada”.

En las noches de invierno ya son clásicas las recorridas de los soldados brindando un plato de comida a quienes se encuentran en situación de calle y también los convocan para las peregrinaciones a San Nicolás o San Lorenzo. “A nosotros nos viene bien y nos ayuda a estar vivos integrándonos en la sociedad”, manifiesta Yaco.

«Los que están en Darwin no son NN, fueron a luchar por nuestra soberanía, son héroes»

El veterano hace mención también de la situación en relación al cementerio de Darwin en la Isla Soledad (Malvinas), donde de las 237 tumbas que existen, 123 se encuentran identificadas con nombre y apellido. “Querían catalogarlos como NN y ellos no son NN, son héroes de nuestra Patria reconocidos por el Congreso de la Nación. Ellos fueron a luchar por nuestra soberanía, son nuestros héroes”. Y completa: “Los familiares dicen que sus hijos están donde tienen que estar y no deben ser movidos de allí”.

El futuro de las Islas y los combatientes

En cuanto al futuro de las Malvinas, Yaco remarca: “Creo que las vamos a recuperar, por supuesto que mediante la diplomacia, porque los ingleses no tienen nada que hacer a doce mil quilómetros de distancia. No son los descubridores, nos echaron a nosotros, nos invadieron. Estratégicamente les conviene porque se llevaron las riquezas y por la posición que ocupan”.

Por último, el veterano de la Rosario, destaca la lucha para lograr obtener esta fecha de recuerdo y conmemoración. “Este feriado nos costó mucho obtenerlo, significa para mí recordar a estos 649 héroes que viven en Malvinas, a ellos y sus familiares. Por ellos y por nuestros compañeros a los que les ha costado muchísimo insertarse nuevamente en la sociedad, es por quienes seguimos caminando, luchando y combatiendo por la causa Malvinas”.