Por Fabrizio Turturici

Amaneció frío y lluvioso, aunque la sensación térmica del pueblo criollo no armonizaba con la meteorología del día. El viernes 25 de mayo de 1810, un grupo de vecinos y milicianos –encabezados por French y Beruti- se aglutinaron en la plaza principal del Virreinato del Río de la Plata, que pasaría a la eternidad bajo el nombre de Plaza de Mayo.

Tras una larga espera, donde cada minuto parecía una hora y donde cada hora parecía un siglo, llegó desde el Cabildo la noticia más esperada. El pueblo, impaciente, la recibió con algarabía. En Buenos Aires se estaba constituyendo la Primera Junta, el primer gobierno patrio, y se daría paso a un proceso revolucionario que confluiría en la Declaración de la Independencia, el 9 de julio de 1816.

¿Cómo era la vida en el Virreinato del Río de la Plata mientras soplaban vientos subversivos? ¿De qué manera estaba conformada la sociedad? ¿Fue una revolución que nació de los viejos libros e ideales que llegaban –de contrabando- desde Europa, o brotó por una mera reacción ante el cansancio del pueblo, que no era culto en ese entonces? Estas preguntas y muchas más, se dispone a responderlas Daniel Balmaceda, en entrevista exclusiva de Conclusión. El periodista y escritor que cuenta con varios libros publicados, a su vez miembro titular y vitalicio de la Sociedad Argentina de Historiadores, revela los entretelones de la gesta patriótica que dio a luz el país que habitamos.

 

— ¿Cómo era la vida en el Virreinato del Río de la Plata antes de la revolución?

— La vida no cambió mucho a como es ahora. En realidad, sigue siendo del mismo estilo. En 1810, la gente se levantaba muy temprano, tanto que tipo 6 o 7 de la mañana ya estaba en actividad. Se solía aprovechar la primera luz para hacer todas las actividades principales durante la mañana. Luego, al mediodía, se paraba para almorzar y dormir la siesta. El almuerzo, en general, se hacía a las doce; al menos para las clases trabajadoras. En cambio, los más ‘exquisitos’ trataban de almorzar cerca de las dos de la tarde. Dormían la siesta, muy respetada en ese entonces, hasta las 4 o 5 de la tarde. Sólo quedaría tiempo para hacer las actividades pendientes, para completar el día, y ya a las ocho arrancaban las tertulias.

— ¿Cómo era la pirámide social en ese entonces? ¿La sociedad era mayoritariamente pobre?

— En general, sí, pero no existía el concepto de ‘ricos y pobres’, sino que había un grupo de vecinos acomodados que eran los que se consideraban como ‘pueblo’. Y, más allá, estaba el resto, que ni siquiera entraba en una categoría de ‘vecino’. Es decir, formaban parte de la población, pero no en calidad de vecinos. Es más, cuando se hacían menciones o referencias acerca del pueblo, nadie estaba pensando en los esclavos, ni en los criados, ni en la gente que se dedicaba a proveerlos de comida (como los vendedores de pescados, los aguateros y demás). Pensemos que en esa época, en Buenos Aires, había 30.000 habitantes; pero invitados al Cabildo Abierto para tomar las decisiones, fueron 450. Y de esos, participaron nada más que 251 vecinos. Por eso, el porcentaje de representación popular es bastante bajo en números.

— Llegan los tiempos de revolución: ¿cuánta influencia tuvieron las ideas iluministas con lo acontecido en la Semana de Mayo? ¿Fue una revolución puramente criolla o más bien europeizada?

— La revolución siguió las características europeas en varios sentidos. Por supuesto que el foco revolucionario de Francia estaba latente en todo el continente americano; de todas maneras, las necesidades en Buenos Aires eran distintas a las parisinas. Acá, se estaba fuera del circuito comercial, y eso justamente a las familias más poderosas en cierta medida los perjudicaba, tanto en sus economías como en el bienestar social. Tenían que conseguir objetos de contrabando, y a veces ni siquiera tenían las posibilidades de acceder a ellos. Lo que se hizo, fue muy al estilo español más que francés. Se formó una junta como en Cádiz, como en Sevilla; repitiendo el modelo español luego de la caída de Fernando VII. Por lo tanto, en un principio, no hizo falta ver quiénes estaban de acuerdo con las ideas realistas y quiénes estaban inclinados hacia un contexto separatista o independentista. Simplemente, entender que la legitimidad del virrey era altamente cuestionada, porque si Fernando VII no gobernaba y la Junta que gobernaba en su nombre, tampoco, entonces ¿a quién respondía el virrey? En algunos casos, el paso legal estaba bien dado y ya había muchos protagonistas que pensaban que, a partir de la formación de una junta, se podía avanzar en un camino de independencia con España. Pero fue un largo proceso.

— ¿Cuál es la diferencia fundamental entre ‘conquista’ y ‘colonia’? ¿Qué hubiera pasado si Argentina, en lugar de ser conquistada y saqueada por los españoles, era colonizada y desarrollada por los ingleses, en aquellas invasiones de 1806?

— No estoy convencido de que la conquista sea puramente española y la colonia, inglesa. Los países latinos tuvieron un sistema de funcionamiento en América, y los sajones, otro. La conquista es un proceso que se realizó como segunda etapa luego del período que se llamó ‘de exploración’. Los primeros que llegaron a América fueron los exploradores, luego de que estos determinaron dónde estaban parados, ahí vino el segundo período, que fue el de conquista. A partir de allí, todo se manejó con enorme criterio de colonización. A tal punto que la diferencia –enorme- entre Centroamérica y Sudamérica con respecto a Norteamérica, es que hubo una colonización que no se vio en el norte. Los españoles, lejos de formar grupos aislados (como ocurrió en Estados Unidos), se unieron y generaron un mestizaje. En el caso de la dominación hispánica en el ciclo de las colonias, si hubiera sido Inglaterra en lugar de España, no sé qué hubiera pasado, pero seguramente hubiera existido siempre con una fuerte resistencia. Porque América, a esta altura, ya era un ser distinto. No era ni la Pachamama ni Europa. Era América, y América era latina en el sur. Entonces, las posibilidades de que un sistema inglés hubiera funcionado en Argentina, lo veo poco probable. La sociedad no lo hubiera aceptado y siempre se hubiese revelado frente a esa situación.

— Para terminar, ¿me cuenta una anécdota de aquel 25 de mayo?

— El viernes 25 de mayo de 1810 fue una jornada de mucha tensión, porque los funcionarios del Cabildo eran realistas y trataban de sostener al virrey de todas maneras. Entonces, allí ocurrió un episodio: al mediodía, cuando todos iban a comer o a dormir la siesta, en medio de la lluvia, quedaban muy poca gente en la plaza. Esos vecinos les habían entregado un petitorio a los miembros del Cabildo, que estaban deliberando en el piso de arriba. En esa situación, y como se extendía y demoraba por horas, la gente le fue a golpear la puerta al grito de: «¡No discutan nada más! ¡Resuelvan ya esto! ¡Acá tienen la única solución!». Los miembros no contestaban. La gente tenía hambre, estaba mojada y muerta de frío. Entonces, desde abajo, empezaron a gritarles: «¡El pueblo quiere saber ‘lo’ que se trata». Lo que querían saber, era si se estaba tratando lo que les habían reclamado. Claro, si ya les habían proporcionado la única solución, la única salida que aceptarían. Entonces, ¿qué temas están tratando allá arriba? Eso se transformó, sin ningún sentido semántico, en una frase argentina que nunca fue. Nadie podía decir, en 1810, «¡El pueblo quiere saber de qué se trata!». Esa es una frase ridícula, inventada, que no se usaba en esa época y tampoco tiene sentido. Así las cosas, ya forma parte de la historia, incluso hay títulos de libros con ese nombre. Va a ser imposible erradicar ese error semántico, aunque no tenga ningún sentido. En realidad, los vecinos habían gritado «¡El pueblo quiere saber lo que se trata!», no “de qué se trata”.

 

Foto: Perfil.