Por Carlos Duclos

Es extraño y periodísticamente pecaminoso comenzar una columna hablando del mundo, cuando el título alude a desgracias nacionales. Pero es que en este mundo globalizado, ya ninguna región del planeta queda al margen de los acontecimientos globales, los sufre o goza de una forma u otra. Las fuerzas sirias han dado un golpazo: recuperaron la ciudad de Palmira (bastión terrorista) y ahora avanzan hacia el segundo bastión: ¡triunfo de Al Assad, pero sobre todo del hombre que se va convirtiendo en un líder mundial: Putin! China sigue su expansión y ahora pone un pie fuerte en Europa con un acuerdo importante con Checoslovaquia. Europa está alicaída no sólo porque es castigada sin remisión y sin pausa por el terrorismo, (y que, por ello, comenzó a perder ganancias en la industria del turismo), sino porque su situación económica es endeble. A Estados Unidos no le va mucho mejor, está perdiendo mercados y poder, y la visita de Obama a Argentina no puede ser vista sino como una forma de robustecer su presencia en un país que no le fue complaciente en los últimos tiempos. Ni hablar de la visita a Cuba. Medio Oriente es un volcán que en cualquier momento puede entrar en erupciones cuyos efectos son imprevisibles.

En este contexto un premier europeo, Rajoy, ha dicho algo que pasa inadvertido para muchos periodistas y para el mundo, un algo importante: Mariano Rajoy ha dicho que se debe levantar absolutamente el embargo a Cuba y que en España es necesario llevar adelante de manera urgente un gobierno de coalición formado por la izquierda y la derecha ¿De no creer verdad? Es de no creer para la visión argentina de las políticas de Estado, pero no en una Europa acostumbrada a las uniones políticas cuando se trata de salvar a sus países, algo que es impensable aquí. Los resultados están a la vista.

Los enfrentamientos políticos insensatos e históricos en este país, son la causa de la “malaria” que es cultura en este suelo inmensamente rico y fértil. No sólo los enfrentamientos entre dirigentes, sino (y lo que es más grave) esa cultura de muchos ciudadanos comunes consistente en el “si no piensa como yo es mi enemigo”.

Argentina está en problemas, graves. Más graves, además, porque el mundo no está en condiciones de venir a salvarla tirando manteca a diestra y siniestra. El mundo está tratando de resolver sus propios y pesados problemas. Achacar estos problemas argentinos al gobierno anterior, forma parte de ese pésimo folklore nacional que se remonta a los albores de la Patria y que es tan viejo y nefasto como la cultura del desencuentro. Desencuentro y odio fomentado casi criminalmente hoy por medios hegemónicos que en lugar de promover la unión promueven el rencor. Desencuentro y odio fomentado por dirigentes y dirigidos de izquierdas, derechas, centros, quienes no alcanzan a comprender la sabiduría que hubo en aquellas palabras de un converso en sus apreciaciones ideológicas-sentimentales, luego del exilio, como lo fue el general Perón. En su retorno cambió una de sus antiguas verdades exclamando: ¡para un argentino no hay nada mejor que otro argentino! Nadie lo escuchó, ni propios ni extraños. Perdón, sí, alguien lo escuchó, fue otro sabio quien también a la vejez vino a comprender que lo del Martin Fierro es cierto, y que a pesar de las diferencias se pueden y se deben encontrar puntos de encuentro para el bien del ser humano: Ricardo Balbín, su antiguo y feroz adversario. Pero estos dos hombres estaban viejos, y a esa sabiduría que parece llegar en las postrimerías de la vida, no la acompañó la energía de la juventud que prefirió tomar un camino dramáticamente equivocado.

La realidad inmediata hoy en Argentina es la de un país con salarios indignos, desocupación, despidos, inflación, precios del tercer cielo y una voracidad del Estado que encuentra la paradigmática injusticia en el impuesto a las ganancias que se cobra a trabajadores activos y jubilados ¡Vergonzoso! Y no sólo vergonzoso por el mal directo que produce, sino por el indirecto: por ejemplo el auge del delito que deviene de la injusticia social.

Pero más desvergüenza es que todo el pueblo, más allá de sus preferencias políticas, no se una en una campaña tendiente a que se termine con estos flagelos los que, sin ninguna duda, terminarán afectando a todos, porque ni el más rico se salva en un contexto pobre. La delincuencia, la inserción del narcotráfico, y los homicidios, son la consecuencia de la exclusión. Y mientras más injusticia social exista, más angustia sufrirán los pobres y los ricos, de una forma o de otra.

La recuperación española, luego del odio y de la guerra, se debe al famoso “Pacto de la Moncloa”. No habrá mejor vida para esta generación argentina, para la de sus hijos, sus nietos, y la descendencia si no hay un “Pacto de la Moncloa” en cada corazón. Todo lo demás es burda mezquindad.