SáBADO, 05 DE OCT

Yo debo, tú debes, él debe

En los últimos cuarenta años se consolidaron en el mundo la pérdida de la calidad del empleo y la caída de los salarios reales; el sostenimiento del endeudamiento estatal; y el endeudamiento de los hogares. 

Por Matías Colagioia

 

La palabra deuda es una palabra que escuchamos o decimos todo el tiempo. Estamos en una época donde naturalizamos el concepto. La escuchamos todo el tiempo y en distintos niveles. Escuchamos frases como “la Argentina refinanciará su deuda con el FMI”; “hay que evitar una crisis de deuda”; “los acreedores desconfían de la posibilidad de pago de la deuda en pesos”; “voy a hablar con el banco para que me refinancie la deuda de la tarjeta de crédito”; “entre los intereses, las cuotas y lo que me atrase le termine pagando a la tarjeta mucho más que mi deuda”; “el auto con el plan de cuotas me termino saliendo muchos más caro”, y un larguísimo etcétera.

Ahora bien ¿por qué estamos tan familiarizados con el concepto? ¿por qué naturalizamos la deuda? ¿por qué economistas devenidos panelistas de programas de televisión o reels de Instagram nos hablan de que hay que usar nuestras tarjetas de crédito (“siempre con inteligencia” dicen ellos) porque endeudarnos no es malo, nos puede servir para que la plata que tenemos rinda frutos con alguna opción financiera que nos ayudará a cubrir la deuda futura? El viejo sueño de hacer que la plata trabaje por uno. Ahora lo llaman tener mente de millonario. Lo mismo aconsejan para Estados. Endeudarse no es malo, ni aunque se haga crónicamente, solo hay que tener capacidad de repago, nos dicen.

Como argentinos sabemos casi como por reflejo que la deuda nunca es buena, porque aunque entendamos o no por qué, hemos sufrido y sufrimos las consecuencias de una deuda inmanejable.

Pero pensemos en términos un poco más amplios. Volviendo a las preguntas que nos hacíamos anteriormente sobre por qué estamos tan naturalizados con el concepto y por qué naturalizamos la deuda. La respuesta no puede ser otra que la consolidación del capitalismo de corte financiero que se conformó a partir de la década de los 80 en el mundo. Si analizamos los datos duros vemos que se consolidaron en el mundo a lo largo de estos cuarenta años la pérdida de la calidad del empleo y la caída de los salarios reales; el sostenimiento del endeudamiento estatal; y el endeudamiento de los hogares. 

Haciendo una simple y rudimentaria deducción podemos afirmar que a causa de ganar menos y teniendo peores trabajos, con Estados que nos brindan cada vez peores servicios y ponen sobre nuestras espaldas lo que antes hacían como reguladores sociales ellos, la consecuencia lógica es el endeudamiento de cada uno de nosotros para poder subsistir en ese marco. Alguno podría objetar que la financiación, sea para personas privadas, físicas o jurídicas, o para Estados que tienen el límite de la capacidad de repago, que nadie financia a un insolvente, cosa que también es una verdad absolutísima (salvo para casos de endeudamiento estatal donde fines políticos de los acreedores pueden ir por vías distintas a la simple previsión del cumplimiento de las obligaciones crediticias en tiempo y forma por los Estados deudores).

Siguiendo este razonamiento alguien podría marcarnos que el capitalismo financiero no tiene interés entonces en prestarle a trabajadores más empobrecidos, porque correría el riesgo de no cobrar sus acreencias. Tendría razón también en esto, el tema es que el modelo que buscó consagrarse y lo ha logrado con bastante éxito aspira a una parte sustancial de la riqueza que produce el trabajo humano para entregarla al sistema bancario y financiero. No quiere deudores incobrables, quiere deudores permanentes que necesiten sus servicios pero que tengan capacidad de pago, o dicho más simple, aspira a quedarse todos los meses con una parte de tu sueldo, con una parte de tus ventas, con una parte del trabajo genuino humano sin producir efectivamente nada y para eso necesita estructurar una sociedad con los pilares que marcábamos anteriormente. Aquí está el nudo de la cuestión. Y aquí aparecen los gurúes comunicacionales a decirnos entre otras cosas que la deuda está bien, que no hay que querer trabajar más para toda la vida, que eso es “mentalidad de empleado” y que hay que tener “mentalidad de millonario” y que para ello hay que poner a trabajar al dinero por nosotros. Convencernos sobre el hecho de ingresar nuestras ganancias a un sistema rapaz se hace con palos (caída del salario real y pérdida de prestaciones comunitarias) y con zanahorias (el sueño de que el dinero trabaje para nosotros).

Alguno podrá increparnos diciendo que es una construcción arbitraria. No vamos a responder desde el más abyecto sentido común, que no por común es menos valioso. No deja de ser lo más importante, lo que nosotros vivimos día a día. Nosotros decimos que si el sistema económico consagrado en la época del tándem Thatcher-Reagan nos hace crecer tanto y es tan bueno, pero vivimos cada vez peor, quizás el que nos plantea eso pertenece a alguno de los sectores que sí está beneficiado por este modelo, que claramente no pertenece la mayoría de las personas. Pero sin entrar en el tan valioso sentido común veamos que con respecto a la pérdida de la calidad del empleo y caída de los salarios reales, es la propia Organización Internacional del Trabajo quien ya en 1996 alertaba sobre la crisis del empleo y la desigualdad en las remuneraciones y mucho más cerca en el tiempo, en el 2019 informaba sobre el gran problema en el que se encuentra el trabajo en el modelo actual, que son las malas condiciones de trabajo.

Con respecto al tema del sostenido endeudamiento estatal, es interesante ver cómo no hay casi ningún Estado, por no decir ninguno, de los que todavía hoy estamos bajo la órbita “occidental” que no haya aumentado sostenidamente su deuda pública en estos 40 años. Hago esta salvedad porque en la última década y con especial énfasis en el último lustro se está consolidando una experiencia multipolar con nuevas potencias que empiezan a tener lógicas distintas y podrían llegar a tener índices diferentes y contradictorios a lo que estamos tratando en esta redacción, pero justamente a causa de proponerse modelos distintos. Los invito a ver los datos contenidos en datosmacro.com que contiene información técnica y pormenorizada de macro y microeconomía, tablas país por país, comparativas, etcétera, para que contrasten la terrible veracidad del punto que sostenemos.

En cuanto al endeudamiento de los hogares como pilar del sistema, el propio Fondo Monetario Internacional (FMI) en el 2016 demostró que el endeudamiento de los hogares es un fenómeno sostenido en el tiempo. Los invitamos a que entre otras vean la publicación de su blog en el 2016.

Para finalizar, hablemos de nuestra querida Argentina. Como hemos visto, la estructuración económica mundial de las últimas cuatro décadas corrió el eje de la producción y el trabajo hacia un modelo financiero, que en criollo no es más que detraer de manera sistemática y permanente un parte de las riquezas generadas por el trabajo y la producción de la sociedad, de manera parasitaria hacia un sector que nada productivo produce. Argentina es un ejemplo magnífico de esto. Se puso de moda en el debate público (si bien somos conscientes que responde a una corriente global que lo discute y por múltiples motivos) la discusión sobre el nivel impositivo del país. ¿Por qué pagamos tantos impuestos superpuestos y en qué se utilizan esos tributos si cada vez vivimos peor? El sistema financiero exige determinadas políticas macroeconómicas para que el país sea “atractivo” que terminaran, para hacer corta la historia, en peores condiciones de trabajo y menos ingresos para la gente común del lugar.

Los Estados a la par se endeudan para garantizar la libertad de flujo de capitales que exigen estos modelos. La libertad de capitales permite que si en el país en cuestión se toman las medidas que ellos consideran atractivas, se redunde como dijimos en peores trabajos e ingresos y si no se toman esas medidas por los motivos que fueran, en permitirles irse a cualquier otra plaza del sistema por considerarla más atractiva para los mercados dejando al país absolutamente endeudado y de rodillas. Por cualquiera de los caminos el modelo actual finaliza en que pagamos cada vez más impuestos para que le sean rendidos al sistema financiero internacional y le entregamos una parte de nuestro trabajo al sistema financiero local de manera sistemática, en lo que compramos, en lo que vendemos, etc. El sistema hecho por y para ellos, que no producen nada, que solo parasitan.

La realidad concreta, pura y dura, nos indica que el sol, más allá de los miles de millones de años que tiene todavía, sigue saliendo por el este y escondiéndose cada día por el oeste. Y que por otro lado no existe mentalidad de millonario que haga que ningún dinero trabaje por nosotros. La deuda nunca es buena, ni a nivel personal/familiar ni nivel país (vaya si lo sabremos los argentinos) puede ser una herramienta circunstancial, pero nunca algo con lo que hay que convivir.

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