Puede decirse que Argentina tiene en la actualidad una economía que no sabe de controles. Cualquiera que ve el aumento sostenido de precios con seguridad dará cuenta de esa afirmación.

El incremento de los mismos, impuesto en febrero sobre muchos artículos de primera necesidad, afecta al consumo popular.

En tal sentido, los productos de La Paulina que produce quesos en todas sus variantes: duros, blandos, rayado o crema, alcanzaron un 7 % de suba a la vez que el pan y sus derivados se dispararon un 10 % debido a el alza de las harinas.

En tanto, los tradicionales fiambres de Paladini ya cuestan un 5 % más, mientras que la empresa Inalpa (arvejas, garbanzos, lenteja o choclo en lata) treparon hasta un 10 %.

Los quesos de Verónica subieron un 5 %, los productos de la reconocida cooperativa de tamberos Cotar ya exhiben un precio 10 % más caro en las góndolas y los aceites de General Deheza aportan lo suyo con un 4 %.

El frigorífico de cerdos ubicado en la localidad de Zavalla, Nutricer, le dice a la población que sus productos crecerán en un 5 %, mientras que los pollos de Frango escalarán un 10 %.

Timbó no se quedará atrás, tanto sus aceites como su producto estrella, Celusal subirán el 9 %, las cervezas Isenbeck lo harán en el orden del 7 % y la Granja Benech que produce huevos, asesta un duro golpe a la economía popular con un 21 % de incremento.

Los precios suben y hacen que las explicaciones que da el gobierno comiencen a flaquear. Por eso está cada vez más obligado a dar paso a las medidas que por fin favorezcan a la mayoría de los argentinos.

Mientras tanto, el pueblo que a lo largo de la historia demostró encontrar caminos, a veces alternativos para manifestar su descontento, empezó a mostrar con cantos en las canchas de fútbol el pasaje que comunica la esperanza con la desazón.