China y Europa decidieron esta semana continuar apelando a sus políticas de flexibilización monetaria como principal arma para combatir lo que se perfila como un imparable proceso de estancamiento o caída de su producción y de su comercio exterior, tal como lo muestran los últimos datos oficiales sobre la marcha de esas economías.

El Banco Popular de China (banco central) anunció el viernes que reducía por sexta vez en lo que va de 2015 su tasa de interés de referencia, llevándola del 4,60% al 4,35% anual, esto es, un recorte de 25 puntos básicos, en un claro intento por dar apoyo a su economía que está creciendo a un ritmo que es el más bajo de los últimos 25 años.

Un día antes, el directorio del Banco Central Europeo (BCE), reunido en la isla de Malta, no realizó ningún movimiento de tasas, pero señaló de manera cristalina que se prepara para profundizar, en su próxima reunión de diciembre, la política de estímulos monetaria en vigencia desde 2014 y que está centrada, principalmente, en la compra de títulos públicos.

Esta orientación de las autoridades monetarias de China y de la Eurozona no han sorprendido a los analistas y observadores, pues no supone más que un avance de lo que vienen haciendo ambos bancos centrales, pero ha servido para dimensionar la complejidad de la crisis económica en ambas regiones y a escala mundial.

De hecho, hasta el inicio del nuevo ciclo de caída de los precios de las materias primas, que aceleró el empeoramiento de las economías de los países emergentes hasta convertirlas en las más frágiles de la economía global, los 19 miembros del euro constituían el mayor problema dentro de la crisis internacional.

A pesar de haber cedido este «sitial de honor» entre los protagonistas del deterioro económico mundial, la Eurozona sólo ha exhibido atisbos de recuperación ya que la producción viene creciendo a una tasa del 0,4% trimestral desde finales del año pasado.

Ciertamente, ha habido algunos casos relevantes dentro de la zona, como los de España y más recientemente Italia, cuyas economías han dado un paso adelante y han acompañado a Alemania, el único motor real de la región y que representa el 30% del PIB de la Eurozona.

Sin embargo, las exportaciones a los mercados emergentes se están reduciendo debido a la recesión que atraviesan esos países, a pesar de la devaluación experimentada por el euro en el curso de este año.
El tema no es menor si se tiene en cuenta que esas naciones representan el 25% del total de las exportaciones de la Eurozona y no menos del 30% de las de cuatro países: Alemania, Francia, Italia y España.

Por otra parte, dentro de los emergentes el principal papel de receptor de las exportaciones industriales de Alemania lo cumple ni más ni menos que China que, trimestre a trimestre, está viendo decaer su producción industrial, lo cual resta dinamismo a su economía y repercute negativamente sobre la demanda de materias primas de otros mercados emergentes.

Es el caso de Brasil, un país que está conmovido por una caída anual de su PIB de alrededor del 4%, una devaluación del 70% de su moneda, el real, y una fuga de capitales que evidencia los temores que desata la crisis en la que se debate la mayor economía suramericana y lo lejana que se percibe su recuperación.

Tras esta digresión, cabe enfatizar que el bajísimo nivel de recuperación global de la Eurozona podría transformarse en estancamiento si se toma en consideración que su producción industrial cayó un 0,5% en agosto pasado.

De aquí, la decisión del BCE de ahondar la compra de títulos públicos, una manera de inyectar liquidez al sistema para promover créditos que estimulen a la economía, un sistema que, desde marzo, supone una compra de 60.000 millones de euros mensuales de esos bonos.

En el caso de China, la nueva rebaja de la tasa indica la seria preocupación que reina en las autoridades políticas y monetarias del país, ya que la constante disminución de su producción y de sus exportaciones comienza a desatar serios temores sobre un desplome de la economía del gigante asiático a mediano plazo.

Al igual que en la Eurozona, el tercer trimestre ha traído un decepcionante incremento del PIB de sólo 6,9%, por debajo del 7% y bien lejos ya de los dos dígitos de otras épocas, en un marco de crecimiento del crédito a las empresas y los consumidores.

Las dudas comienzan a ganar a los responsables económicos dentro y fuera de China, ya que la pregunta que se plantea, al igual que en Europa, es si las políticas monetarias laxas, incluso aquellas que son llevadas a puntos extremos, pueden bastar para insuflar fuerzas a unas economías que dan muestra de desgaste y falta de impulso.

Los créditos bancarios en China aumentaron un 15,4% durante el tercer trimestre de este año y con respecto al mismo trimestre del año pasado, una cifra bien menor al 35% de expansión de los préstamos de 2009, el año de mayor crisis mundial.

Aún así, el objetivo oficial ir hacia un desendeudamiento de las empresas ha ido en sentido contrario, ya que sin el auxilio de los bancos estatales los resultados económicos, de por sí decepcionantes, hubieran sido aún peores.

En este sentido, el otro elemento que genera mayor inquietud aún es el fortísimo incremento de la deuda total de China en relación a su PIB. En 2007, esta representaba el 160% del producto, mientras que actualmente asciende ya a un 240%, equivalente a 25 billones de dólares, de acuerdo con datos de la revista británica The Economist.

En ese marco, la salida de capital de China superaron los 500.000 millones de dólares en los primeros ocho meses de este año.

De acuerdo a nuevos cálculos del Tesoro de Estados Unidos -reproducidos por The Financial Times- marcaron que durante los primeros seis meses de este año salieron de China 250.000 millones de dólares, casi diez veces más que los 26.000 millones de dólares que salieron en el mismo período del año pasado.

Los flujos de salida se aceleraron en agosto después que China procediera a devaluar el yuan en su mayor ajuste a la baja en 20 años. El nerviosismo de los mercados provocó ese mes una salida de capitales de más de 200.000 millones de dólares llevando a China a sufrir la mayor huida neta de capitales de los últimos 30 años.