Por Carlos Duclos

Al agua impiadosa que desde el domingo antes del mediodía comenzó a inundarlo todo en el sur santafesino y norte bonaerense, le siguió el otro anegamiento, ese que perfora el corazón del hombre, que lo lleva a sentimientos de angustias cuyos alcances son indescriptibles; que pueden derivar en emociones peligrosas. Agua dulce, pero destructora derramada copiosamente desde el cielo, y agua salada vertida por ojos hinchados por el llanto de miles de personas al ver todas sus pertenencias perdidas o seriamente dañadas. Esa fue la realidad del domingo, esa es la que permanece en muchos corazones. La escena que se observa en muchos hogares son vidas quebrantadas por la desgracia y no es melodrama de oferta esto que se dice.

Lectores, el agua ha bajado, lo que no ha bajado es la tristeza de muchos ciudadanos, Y para colmo, lo que debería subir no sube. No sube la capacidad de disposición de ánimo y acción de los funcionarios para atenuar los efectos de estas abundantes precipitaciones que son consecuencia del comportamiento humano. Estas escenas, como las vividas el domingo, se repiten en el tiempo y cada edición del fenómeno es más intenso. ¿O se negará tal circunstancia?

El agua hasta la cintura y el silencio de los funcionarios

Promediaba la tarde, y en algunas redacciones de medios de comunicación se aguardaba la palabra de autoridades nacionales y de las provincias afectadas, para saber qué se iba a hacer, qué plan de acción de emergencia se estaba desplegando (¿estaba?), pero había silencio. Algunos teléfonos de funcionarios, como es ya una constante, nunca atendieron. Los periodistas (al menos muchos bien intencionados) no pretendían una crónica para el deplorable rating, sino informar a los vecinos desesperados sobre lo que iban a hacer las autoridades pertinentes. Recién pasadas las 18 del domingo, cuando el drama había tapado la vida de miles de personas, los señores funcionarios despertaron del letargo político y se ocuparon del asunto. A fuerza de ser sinceros, algunas autoridades de diversos niveles e instituciones comunales de la región trazaron temprano un panorama de la situación ante la consulta del periodismo, pero más arriba había silencio y la consabida ausencia de medidas urgentes y efectivas.

Un silencio e inacción que en materia de inundaciones, hay que reconocerlo, viene de muchos años, que se ha hecho forma de ser y que a veces, escandalosamente, vino con mentiras. Por ejemplo cuando se ocultó la real cantidad de muertos por la inundación en la ciudad bonaerense de La Plata.

El harto conocido latiguillo: la culpa es de la lluvia y de la soja

Y como en otras tantas oportunidades, después del drama y aún en el drama, apareció el justificativo casi atroz para las esperanzas de una Nación: fue cuando se apeló, una vez más, al latiguillo ya grotesco en la sucesión de discursos: “La culpa la tiene la gran cantidad de agua caída” o el otro: “la enorme cantidad de áreas de soja sembradas…”. Pero de responsabilidades estatales…, nada; de aceptar que las obras realizadas para mitigar estas inundaciones han sido insuficientes (si han sido), nada; de estar presentes en el lugar de los hechos de inmediato, poco. Como dijo un señor que lo había perdido todo en una localidad bonaerense ubicada casi en el límite con Santa Fe: “aquí las autoridades no vinieron nunca”.

Nobleza obliga y hay que decirlo: el gobierno nacional anunció antes de este fenómeno algunas obras hídricas para Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Habría que ver si el plan contemplado, a la luz del reciente fenómeno que asoló al sur santafesino y norte bonaerense, es suficiente, si se hará o si, como en otras oportunidades de la historia argentina, sólo será un parche o una medida anunciada para la imagen política.

Efectos del cambio climático

Parece que la dirigencia argentina, devenida funcionaria y conductora de los destinos de millones de argentinos, en muchos casos no ha estado (o no está) avisada de lo que está pasando en el planeta. Advertida de que por acción del hombre contaminante y angurriento que arrasa con bosques y corrompe el ecosistema por el oro, se está produciendo un cambio climático que trae sus graves consecuencias, como las inusuales lluvias y el consiguiente anegamiento.

Sólo por dar un minúsculo ejemplo y para que las autoridades pertinentes se enteren, se reproducen noticias sobre lo que dicen científicos al respecto:

Diario El País de España, año 2007, es decir hace diez años: “El cambio climático ya altera las lluvias en todo el planeta. Científicos miden por primera vez el efecto humano en las precipitaciones”. La crónica del diario español se remite a la revista científica Nature que ya antes de ese año afirmaba que “el cambio climático inducido por la actividad humana es responsable de entre el 50% y el 85% del aumento de las lluvias”.

National Geographic anunció hace tiempo que “las inundaciones, sequías, tormentas y otros desastres naturales relacionados con el clima han obligado a más de 20 millones de personas a abandonar sus hogares cada uno desde 2008”.

El diario La Nación de nuestro país, en el año 2013, y tras sucesivos desastres ocurridos aquí, en un crónica reprodujo las palabras de David Grimes, presidente de la Organización Meteorológica Mundial: «Mejorar la capacidad de predicción temprana de los fenómenos meteorológicos extremos y buscar mecanismos para adaptarse a los cambios son dos de los grandes desafíos a enfrentar ante el cambio climático». Esas palabras -dice el diario-, que cabrían perfectamente para describir cómo debe anticiparse y enfrentarse una tragedia meteorológica de gran magnitud como la que sucedió esta semana en la Capital Federal, y especialmente en La Plata y sus alrededores las pronunció el jueves último David Grimes, el presidente de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), durante una conferencia en Costa Rica”. ¿¡Pero no basta, además, señores con los antecedentes de inundaciones graves que se han producido en los últimos tiempos en distintas partes del país y que no han sido sucesos eventuales!?

Hoy, como siempre, aflora un chispazo de solidaridad en la gente para con sus desgraciados hermanos; eso es un paliativo encomiable, pero insuficiente. La solución está en obras, grandes obras (y no de compromiso) para atenuar las inundaciones. Para atenuarlas, sí, porque a la naturaleza enfurecida por la acción del hombre poderoso contaminante y angurriento es imposible vencerla. Hoy, lo cierto es que bajan las aguas, pero no la tristeza por haberlo perdido todo.