Por Matías Colagioia

 

Uno de los más grandes poetas de la cultura argentina como lo fue Enrique Santos Discépolo afirmaba amargamente “que el siglo XX es un despliegue de maldad insolente no hay quien lo niegue”. Él lo escribía en el contexto de una de las crisis más trágicas para los trabajadores del mundo.

Por suerte, y por el esfuerzo de muchos dirigentes obreros, el resto del siglo XX fue un poco más justo en términos económicos. Siempre conflictivo, pero un poco mas justo.

¿Qué diría este gran artista si viviera en el siglo XXI? Siglo que ve renacer, y quizás con mas fuerza, las desigualdades que lo hacían crear esa poesía sufriente. Dentro de este retorno de la pobreza generalizada y la mendicidad, uno de los grandes responsables es el sector financiero, nacional e internacional.

Como sabemos el sector financiero quiere políticas de salarios bajos para que estemos endeudados con ellos en nuestros hogares y endeuda a nuestros países para que una parte sustancial de los impuestos que pagamos vaya para pagar esas deudas. Un sistema nefasto, que en alguna otra ocasión hemos desarrollado con mas detalle.

Pero el colmo de los colmos, una de las aberraciones mas grandes que sufrimos todos los días por parte de entidades financieras, semifinancieras y que se extendió como estrategia comercial a casi todo el sector de servicios de las grandes empresas, es la denominada “autogestión” por parte de los clientes. Una práctica nefasta por parte de empresas que quieren ahorrar costos laborales y logísticos cuando se llevan una parte sustancial de la riqueza nacional.

Cuantas veces hemos visto adultos mayores, personas con algún tipo de lesión o discapacidad casi rogando que los atiendan personalmente. Cuando tienen la suerte de ser atendidos por un trabajador de la empresa, de los pocos que quedan y que están sobreexplotados por las políticas eficientistas, le hacen sentir a los clientes que es de favor ya que la empresa pone a disposición una aplicación.

¿Por qué uno como consumidor esta obligado a tener un dispositivo tecnológico con la capacidad suficiente de tener aplicaciones para cada uno de los servicios que usa? ¿Qué pasa si alguien no quiere o no puede? La falta de respeto es permanente y constante, una situación de abuso y maltrato.

Como dijimos, si a diferencia de lo que sentía Discepolo, el siglo XX termino siendo un poco más justo, fue por obra de dirigentes que supieron discutir y abordar temas centrales que afectaban la vida de los trabajadores. Por esto y frente al embate de liberalismo extremo donde uno esta solo frente a estos monstruos debemos, como mínimo en estos casos, exigir una cantidad mínima de trabajadores por cantidad de clientes y un acceso real a las tecnologías en sucursales físicas también proporcional a cantidad de clientes en cada zona. Este es solo un tema, hay muchísimos más pero debemos luchar en todos los ámbitos por estas cosas para no tener que decir “que el mundo fue y será una porqueria”.