Aunque fue elaborado para que pareciera lo contrario, el discurso de Mauricio Macri es la confesión de la debilidad en la que está sumergido el gobierno nacional. Sin resultados para mostrar después de más de tres años en el poder, sigue aferrado a Cristina Fernández y la herencia kirchnerista como en el primer día.

Esto explica en buena parte lo que ocurrió este viernes en la apertura de sesiones ordinarias del Congreso. Los asesores de imagen y comunicación presidencial no hacen más que operar sobre la realidad. Y la realidad es que lo que tienen es muy poco. Por eso el discurso de Macri fue un flan en materia de argumentos y contenido, pero muy potente en las formas.

Cualquier estratega de comunicación hubiera aconsejado hacer lo que hicieron los asesores del presidente. La gestión es pobrísima, nula en resultados. Trasmitió escepticismo al conjunto de la sociedad y la imagen presidencial, coinciden todas las encuestas, desbarrancó a niveles insólitos, con aprobación entre Muy Buena, Buena y Regular que llega al 25% en el mejor de los casos. Leído al revés, lo desaprueba el 75% de los argentinos.

Ante ese escenario no hay mucho que pensar: queda huir hacia adelante, ir a la provocación, poner a la oposición a jugar el juego que le conviene al oficialismo. Exhibir esos costados poco atractivos que los yerros del gobierno hacen olvidar. Es una movida basada, una vez más, en flaquezas ajenas más que en aciertos propios. Una jugada en tiempo de descuento, a pocos meses de las elecciones nacionales y el inmediato inicio de una cascada de comicios provinciales que arrastran murmullos poco alentadores.

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El gobierno asume que los resultados de gestión no están ni van a aparecer para octubre. En el Congreso dio señales de que decidió aferrarse a lo que parece su única tabla de salvación a esta altura de los acontecimientos: empujar el electorado a elegir por espanto si no lo va a hacer por amor. Hace 4 años lo consiguió por una diferencia mínima. Pero pasaron casi 4 años…

Excepto durante unos meses de 2017que le permitieron ganar las elecciones intermedias, Cambiemos nunca brilló por sí mismo. No hay logros que le hayan permitido desarroparse de la etapa pre-gobierno, caracterizada por la denuncia constante y la demonización del kirchnerismo.

Volvamos al discurso presidencial. Fundamentalmente fue provocador. ¿Si no por qué envalentonarse con un DNU para confiscar bienes obtenidos del delito, cuando la misma firma al pie de otro DNU habilitó a la familia presidencial a blanquear millones en contra de lo dispuesto por el Congreso? Por qué ufanarse de la transparencia y la ausencia de privilegios. ¿Y los 600 millones que el grupo Macri debe por el Correo?

Los asesores del presidente pusieron en primer plano el tono altivo, desafiante y enojoso que tanto se le criticaba a la ex presidenta. También coparon gradas con militantes para vivar a Macri y bardear opositores. Habría que ver si no fue parte de la misma estrategia la extraña aparición y permanencia en el recinto de una mujer que interpelaba a los gritos al presidente sin que nadie interviniese (cabe recordar que ambas cámaras son conducidas por el PRO).

La elección de las formas, tan “crispadas” y alejadas de lo que Cambiemos dice representar, sugiere que el discurso en sí mismo no era lo importante. El foco estuvo puesto en la actuación del presidente, no en lo que decía. Objetivo cumplido. Visto desde esa perspectiva fue todo un acierto.

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La sospecha se afianza si se repasa el texto que leyó el presidente. Hizo una única referencia al año legislativo al pedir por un artículo de la ley de educación. El repaso por los pretendidos logros de gestión estuvo plagado de generalidades que repiten enunciados electorales de 2015 ya elevados a la categoría de eternos deseos a alcanzar. ¿2.800 kilómetros de autopista? En Santa Fe ni siquiera se bachean las rutas nacionales existentes. Y la pila de obras abandonadas, paralizadas o prometidas y nunca iniciadas no tiene precedentes.

Entre lo más llamativo estuvo la falta de defensa concreta y referencias a la economía. Sí hizo alusiones más emocionales que técnico-políticas sobre pobreza e inflación. Llegó al punto en que pareció que el hecho de haber normalizado el Indec lo exculpaba de haber fracasado en la reducción de la pobreza.

Apenas mencionó devaluación, empleo y producción. Pintó números muy parciales, tal vez amañados, incapaces de resistir un cotejo con la realidad. Evitó mención explícita al FMI aunque sí lo hizo de forma elíptica, mediante esa idea pseudoreligiosa construida de Cambiemos, con la que justifica un camino de sufrimiento y sin marcha atrás para purgar los desequilibrios y excesos del pasado, que inexorablemente conduce el país al destino de grandeza iniciado el 10 de diciembre de 2015.

La arenga emocional en el cierre, no leída pero muy estudiada, fue un punto alto del discurso presidencial, siempre teniendo en cuenta que el mensaje que quisieron construir los asesores de comunicación de la Casa Rosada no era el texto que leyó Macri, sino la imagen presidencial que pretenden comunicar.

Y esa imagen busca contrarrestar la cada vez más instalada idea de un presidente sin respuestas por la de otro con garra, de sangre caliente y decidido a sostener el rumbo por más medicina amarga que haya que tomar porque al final del camino está la salvación.

A veces se logran cosas importantes construyendo imagen y discurso. En otras se impone la realidad. El caso Macri representa todo un desafío para las ciencias de la comunicación.