En los últimos días, Turquía y Argentina, se ubicaron primeras en el ranking de vulnerabilidad externa que realiza la agencia Bloomberg. Esto no sólo tiene que ver con la corrida cambiaria que viene afectando a la lira turca y al peso argentino, sino también por el hecho que los dos países enfrentan una gran exposición en los mercados internacionales por sus elevados déficits de cuenta corriente y el alto nivel de deuda externa con relación a su PIB.

Según datos del Banco Mundial, en 2017, el saldo negativo de la cuenta corriente argentina ascendió a 30.792 millones de dólares, representando un 4,8% de su PIB; mientras que el déficit de la cuenta corriente turca fue de 47.378 millones de dólares, un 5,6 por ciento PIB. En ese mismo año, la balanza comercial de Argentina registró un saldo negativo de 16.941 millones de dólares, cifra que representó el 2,65 por ciento del PIB, cuando el déficit comercial de Turquía fue de 38.243 millones de dólares, un 4,5 por ciento del PIB.

Con respecto a la deuda externa también los países presentan cierta semejanza. La agencia Bloomberg informó hace unos días que los pasivos turcos en manos de no residentes, representaba el 53,5 por ciento del PIB en 2017, mientras que, la deuda externa argentina, en igual periodo, significó el 36,8 por ciento del nivel de producción total del país.

Sin embargo, a pesar de estas similitudes relativas al frente externo, ambos países presentan características que los diferencian respecto a las condiciones económicas fundamentales y los criterios políticos adoptados a la hora de enfrentar la crisis. En primer lugar, vale decir que Turquía presenta una ubicación geopolítica estratégica, al ser un país que por su extensión geográfica se reparte entre Europa y Asía, uniendo Oriente con Occidente.

Otro elemento de poder nacional distintivo entre ambos países, es su población. Mientras que con sus más de 80 millones de habitantes, Turquía presenta una densidad de población de 103 personas por kilómetro cuadrado, Argentina sólo llega a 14,4 personas/km2, reflejando una importante diferencia respecto al mercado interno.

Respecto a su Producto Interno Bruto (a precios constantes de 2010) Turquía alcanzó en 2017 los 1,206 billones de dólares, presentando un crecimiento del 7,4% con respecto al 2016. El PIB de Argentina fue de 0,5 billones de dólares en ese mismo año, y creció un 2,9%, apenas recuperando la fuerte caída del 2016.

Un dato relevante es que la economía turca no entra en recesión desde 2009 cuando su producto se contrajo un 4,7 por ciento; a partir de allí, tuvo un crecimiento promedio de 6,9 por ciento, con picos de 11% en 2001, 8,5% en 2013 y 7,4% en 2017. En cambio, el producto argentino, no exhibe una tendencia positiva de crecimiento en los últimos ocho años. Es más, desde 2009, Argentina enfrentó 3 recesiones en 2012, 2014, y 2016. Su tasa de crecimiento promedio fue 2,3 por ciento desde 2009 y 2017.

La diferencia más saliente respecto a la corrida cambiaria que sufren ambos países es, sin duda, su origen. Mientras que en el caso de Turquía se produce por el temor a los efectos de una guerra económica con la primera potencia mundial, en Argentina, la motiva el riesgo de insolvencia producto de los desequilibrios económicos agravados y acentuados por las decisiones tomadas el propio gobierno.

De allí que llame la atención la respuesta del país euroasiático a las amenazas de sanciones económicas impuestas desde Washington (aumento de aranceles a las importaciones turcas de acero y aluminio).

Luego de la que la lira turca acentuara su caída a raíz de la amenaza de Donald Trump (quien dijo por Twitter dijo que subiría los aranceles a las importaciones de ese país), el presidente turco, Recep Erdogan, anunció un programa económico para contener la depreciación del tipo de cambio, en el cual el banco central de su país se comprometió a proveer liquidez al mercado y reducir los requisitos de reservas de liras y divisas extranjeras para los bancos.

Pero el dato política llamativo (que refiere a las diferencia de fondo entre ambos países) es que el presidente Erdogan exhortó a la población turca a enfrentar la corrida vendiendo sus tenencias en divisas y adquiriendo moneda nacional. El presidente afirmó que esta corrida cambiaria era “una batalla nacional», dando una respuesta arriesgada, pero soberana, a los ataques recibidos desde la potencia norteamericana.

Lo llamativo es que, lejos de ahondar la desconfianza, como está ocurriendo con las medidas adoptadas por el gobierno de Macri, los resultados del plan económico desplegado por Turquía en defensa a la embestida norteamericana hasta el momento han sido favorables. La cotización de la lira turca frente al dólar, que llegó a derrumbarse alrededor de un 30 por ciento, logró recuperarse un 22,5 por ciento entre el martes y miércoles pasado, y luego del anuncio sobre el apoyo de Qatar, la lira se fortaleció por tercer día consecutivo.

A diferencia de lo que hizo la autoridad monetaria argentina, Turquía no recurrió al ajuste y la suba de tasas de interés para “agradar a los mercados”, sino que apostó por el espíritu de su gente y el sentido de nación, enfrentando los riesgos y asumiendo los desafíos económicos que ello implica.

Aunque aún no está todo dicho, son ejemplos que sirven para saber y considerar que el curso de acción emprendido por el gabinete económico argentino, no es el único posible, como insiste el gobierno en afirmar a pesar de los lamentables resultados que vienen sucediendo.

Esteban Guida- [email protected]