Por Walter Graziano

¿Se está alcanzando la tan ansiada estabilidad? ¿Se han sentado las bases en forma sólida como para esperar que de aquí en más se puedan idear instrumentos como para empezar a crecer? Cada vez que en Argentina se logra, de cualquier forma, que haya unos cuantos meses corridos de calma con el dólar, empiezan a florecer esperanzas de que, sin notarlo, se haya llegado al inicio de la tan ansiada estabilidad.

Quien así piense puede estar equivocándose y mucho. Veamos por qué: si el dólar está planchado y los precios suben a ritmo inferior que hace unos meses se debe simplemente a dos factores: la base monetaria está “clavada” y no sube, promoviendo a su vez un freno en el stock de los depósitos, y muy especialmente de los plazos fijos, y la tasa de interés sigue volando en la estratósfera.

Y el hecho de que la tasa de interés haya podido mantenerse en niveles elevadísimos sin causar episodios notorios de insolvencia hasta el momento no es un argumento que sirva como base convincente para pensar que eso no vaya a ocurrir si las empresas y los particulares deben seguir pagando tasas del 7%, 8% y aún más al mes por simples créditos de muy corto plazo. La disfuncionalidad es entonces muy evidente y es lógico que rendimientos por el estilo terminen por provocar atraso cambiario mientras el dispositivo financiero-monetario ideado en conjunto con el FMI dura. El problema es que en algún momento ya no va a durar más.

No es necesario ser adivino para darse cuenta de eso. Para que los gobernantes pudieran pretender con cierto basamento sólido que se examine con seriedad cualquier pretensión de que la tasa de inflación baje en forma permanente por debajo del 2% mensual, primero habría que dejar caer las tasas de interés a los niveles de equilibrio. Dichos niveles serían aquellos a los cuales se igualan la oferta de fondos prestables y la demanda de créditos. Niveles que estarían, claramente, por lo menos 25/35 puntos porcentuales por debajo de los vigentes en el mercado financiero, como mínimo. ¿Qué nivel alcanzaría el dólar si eso ocurriera? Es difícil predecirlo, pero lo cierto es que niveles de $43/$45 por dólar serían valores prehistóricos si eso pasa.

No hay que engañarse, entonces. Estamos lejos, muy lejos de cualquier pretensión seria a estar cerca de la estabilidad. Y no solo es una cuestión de tasa de interés: el torniquete que se puso al nivel de base monetaria fijándola desde septiembre del año pasado en $1,3 billones también volaría por los aires si el citado ejercicio de baja de tasas de interés se lleva a cabo. Ocurre que para que la baja en la tasa de interés pudiera efectuarse, el nivel de Leliq existente en el mercado y que supera los $ 1,2 billones, debería liberarse casi por entero, aumentando instantáneamente la base monetaria y también el llamado mecanismo multiplicador de la misma, haciendo así que todos los agregados monetarios crezcan a niveles cómodamente instalados en los dos dígitos. Surge entonces la pregunta central que debemos efectuarnos: ¿En qué termina esto? ¿En qué concluye este real experimento a nivel mundial de “congelar” el stock de base monetaria del cual no hay precedente en el mundo? Pues bien, pueden pasar dos cosas.

Vayamos por la primera. Lo primero que puede pasar es que tras las elecciones el nuevo gobierno ensaye un serio plan económico de estabilización con todos los componentes: monetarios, fiscales, financieros, cambiarios y de economía real que realmente estabilice la economía argentina y la ponga de pie. En tal circunstancia, las tasas de interés ya no podrían ser las actuales, sino abismalmente inferiores. Ese es el real “test” que deberá rendir cualquier esquema que se idee.

Lo segundo que puede ocurrir es que se desee persistir en el error de seguir con este torniquete monetario hasta que las cosas no den para más creyendo, en un grave error, que con medidas puntuales y microeconómicas (Ahora 12, Plan de créditos para 0 km., créditos de la ANSES) se puede reactivar aun cuando las tasas de interés estén en los presentes niveles y no haya nada de nada más allá de haber encorsetado la base monetaria. No hay que engañarse: lo más que se puede lograr con tales medidas es un alivio transitorio, y el alivio sólo se siente al inicio de la vigencia de tales medidas puntuales, para volver a caer en poco tiempo en una nueva recidiva de la recesión. Una parte del alivio que ahora parece vivirse es también fruto de la liquidación de exportaciones agropecuarias que se realizaron en los meses anteriores lo que hace que los sectores ruralistas cuenten con fondos para gastar.

Pero es algo transitorio. Dura un par de meses de los cuales ya llevamos casi la totalidad. Las exportaciones agropecuarias cesan en su abundancia en julio. Y desde agosto son de nuevo muy escasas. Tras este par de meses en los que parece que todo ha mejorado un poco nos vamos a encontrar de nuevo con la realidad que impone el torniquete con la base monetaria y las tasas de interés estratosféricas. Esa realidad es inapelable. Es un muro infranqueable.

Un viejo refrán dice que de los laberintos solo se puede salir… por arriba. Salir del laberinto económico en el que nos colocó este Gobierno primero con un festival de endeudamiento y después con un verdadero “corset” monetario que asfixia la economía no es ni fácil ni sencillo. Pero no cabe más remedio que intentar hacerlo. Para hacerlo es necesario idear un esquema económico, un plan económico que rápidamente pueda hacer descender las tasas de interés y libere la base monetaria de su actual corset. Hay dos posturas frente a eso: la gradualista, que cree que de esto no hay manera de salir en forma rápida, que la inflación tardará en bajar, y que a medida que lo haga, lentamente, será posible reactivar la economía, y la otra, la terapia de “shock”, a la cual muchos le temen porque la palabra “shock” trae recuerdos “eléctricos” poco gratos. Eso es injustificado: el Plan Austral y la Convertibilidad fueron planes de shock inicialmente muy exitosos y reactivadores. Si a la larga fracasaron fue porque toda estructura económica genera sus propias contradicciones que hace necesario que haya cambios frecuentes. Cuando las variables se rigidizan y eternizan, es ahí cuando el shock fracasa. Y cuanto más se tarda en aceptarlo, peor es el fracaso y mayor es la crisis.

Pero eso no es culpa en sí mismo del plan de shock. La culpa es de su endiosamiento, de convertirlo en fetiche. En las actuales circunstancias puede que quienes postulan la salida gradual no estén enfocando bien la situación, dado que en forma gradual será harto dificultoso bajar las tasas de interés a niveles compatibles con la reactivación. Para muestra basta un botón. Y reciente: este propio gobierno intentó la baja gradual de la inflación. Y lo hizo con el apoyo explícito de la comunidad financiera internacional, una lluvia de capitales golondrina y un apreciable retraso cambiario. O sea, pensar factores iniciales más favorables es imposible… ¿En que terminó el experimento? La inflación, medida por el IPC Congreso fue del 27,8% en 2015. Pues bien, dos años más tarde, en diciembre de 2017 había bajado a….¡24,8%! Nada, casi nada. Bajar solo tres puntos la tasa de inflación en dos años terminó provocando la reciente crisis cambiaria de 2018. La experiencia, incluso la más reciente desaconseja el experimento gradualista, que, sobre todo en boca del gobierno, puede sonar a que no hay mucha idea de que hacer.

Fuente: ambito.com