La asunción del nuevo Presidente del Banco Central, Guido Sandleris, en septiembre de este año, se presenta como el cambio que hacía falta para frenar la corrida cambiaria desatada a fines del último abril. Sin embargo, no hubo cambios conceptuales significativos desde que el Fondo Monetario asumió las riendas de la economía argentina, luego de la firma del acuerdo que fue ratificado por el directorio del organismo en junio de 2018.

La fuerte devaluación que superó el 100% y el aumento de tasas que alcanzó niveles únicos en el mundo, fueron las dos medidas principales que el Banco Central impulsó, con el aval político de Mauricio Macri, para ponerle freno a una corrida autogenerada por el desordenado e imprudente manejo de la política monetaria y cambiaria que hizo el actual gobierno desde que asumió el Poder Ejecutivo.

Cierto es que en los últimos días el tipo de cambio ha reflejado cierta tranquilidad, con una cotización que ronda los $37 por dólar, pero ello no debe confundirse con una etapa de estabilidad genuina, ni mucho menos con la idea de que la Argentina esté en curso de encontrar una salida sólida y sostenible para revertir su crítica situación socio económica.

Por el lado monetario, las tasas de interés que el Banco Central está pagando para evitar una mayor presión sobre el marcado cambiario, siguen abultando el pasivo de la entidad, hecho que, sumado al déficit financiero de la administración nacional, implica un déficit total de casi 8% del PBI, nivel al que se espera llegar, siempre y cuando se logre el duro objetivo de equilibrar las cuentas públicas y llegar un déficit primario “cero” hacia fines del año que viene.

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Financiar con emisión tan sólo la mitad de este déficit, significaría emitir e inyectar nuevamente más de 480.000 millones de pesos al mercado, pero para evitar nuevas presiones sobre el tipo de cambio el Banco Central tendrá que ofrecer opciones de inversión a tasas lo suficientemente altas para incentivar su compra.

Si la economía argentina se prestara a salir de la recesión, estos excedentes monetarios podrían canalizarse hacia fines productivos; pero eso es justamente lo que el FMI no quiere, puesto que, en un país sin control cambiario ni regulación del comercio exterior, eso significaría consumir las divisas que están reservadas para el repago de la deuda, resguardando así el interés de los prestamistas internacionales.

Ahora bien, esta no es una “fiesta” que pueda durar mucho tiempo. La tasa de interés necesaria para lograr que los bancos (únicos beneficiarios de las altas tasas pagadas por el BCRA) vuelvan a reinvertir en estos activos, debe contemplar las expectativas de devaluación, puesto que los bancos invertirán en estas letras, sólo si pueden comprar una cantidad mayor de dólares al vencimiento de las mismas.

Mientras que el Fondo Monetario garantiza la liquidez suficiente en el mercado cambiario, las expectativas de devaluación se postergan en el tiempo, y los bancos aprovechan para seguir haciendo ganancias extraordinarias (únicas en el mundo de la legalidad) con la anuencia del Banco Central, y a costa del desarrollo y el bienestar de los argentinos, que no participan de la actividad rentística y la especulación financiera.

Tarde o temprano, cuando los bancos estimen que la conversión a dólares de las ganancias extraordinarias que están haciendo se ve amenazada por la incapacidad de la economía argentina para generar divisas de manera genuina, no habrá tasa de interés que frene la fuga, precipitando una nueva corrida cambiaria, y colapsando nuevamente el sistema de precios. ¿Alguien se anima a confiar que el FMI volverá a rescatar a la argentina, luego de haberle prestado más de 50.000 millones de dólares?

No resulta prudente decir cuándo se producirá este desenlace, pero más insensato aun resultaría subestimarlo o negar su elevada probabilidad de ocurrencia. En la medida en que el gobierno argentino siga adelante con esta lógica especulativa, los costos de la salida serán cada vez mayores.

Por eso, resulta imperiosa la necesidad de pensar, estudiar y planificar un cambio de rumbo que no solamente aborde los desequilibrios macroeconómicos, sino también sus orígenes políticos y culturales. Ello sólo será posible si la Argentina logra oponerse a las apetencias especulativas de propios y ajenos que nuevamente han demostrado obedecer a un interés contrario al interés de la patria.

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