Por Carlos Duclos

El diccionario de la Real Academia Española define al mezquino como a un ser tacaño, falto de generosidad y nobleza de espíritu. En otra acepción se alude a lo mezquino como a lo pequeño, diminuto, pobre, necesitado, falto de lo necesario, desdichado, desgraciado, infeliz. Mezquindad es la palabra justa para definir, por tanto, a esta realidad tan patética como grotesca que afecta a los argentinos.

Se ha dicho, se sigue diciendo y se dirá seguramente desde el oficialismo, que los paros y protestas que se producen en estos días en el país, no son más que “oportunismos” políticos en un año electoral. Desde la otra punta del ovillo argentino, es decir desde la oposición, se argumenta que el modelo es inescrupuloso con los trabajadores. Lo cierto es que la palabra justa que revolotea el escenario nacional y que muestra al mundo paro de docentes, de médicos, de futbolistas y a una CGT protestando y amenazando con un paro general, es mezquindad.

Mezquindad, pero ¿de quién? Tal vez de todo un espectro político que prefiere la grieta a la unidad; la confrontación agresiva al diálogo constructor; la separación a la mesa común a la cual sentarse y debatir ideas para ser aplicadas en favor de todos. Hay una gran mezquindad que encierra tacañería, ausencia de generosidad, pequeñez moral, pobreza espiritual por un lado y desgracia por otro. En este último caso, debe entenderse que el efecto de la mezquindad la sufren los más vulnerables.

Sin ninguna duda de que esta es una sociedad degradada por causa de los degradados morales por todos conocidos. Degradados que siguen en una guerra política aun cuando una masa de argentinos están sojuzgados por la pobreza, la exclusión,  la delincuencia, el desorden,  el narcotráfico, la inflación,  la exacción legal estatal y un extenso etcétera.

Aquí las fuerzas políticas de uno y otro signo no están interesadas en el bien común, sino en ver cómo aplastan al adversario para obtener o permanecer en el poder. Poder que es utilizado históricamente vaya a saberse para qué (aunque se sospeche) sabe para qué, porque no más darse una vueltecita por cualquier ciudad argentina se advertirá que desde hace décadas se multiplica el símbolo de la pobreza en un país inmensamente rico: las villas de emergencia.

Tanto es así, que hasta un medio de comunicación nacional le encontró la veta al asunto y lanzó un programa de historias en la angustia: “Esta es mi villa”. Es decir, si había que ponerle patente a la pobreza argentina, si había que institucionalizarla, si había que aceptarla como cultura, finalmente se hizo. La villa en la Patria es algo que pertenece a su patrimonio ¡Lamentable!

Todo esto es sólo por una actitud definida muy bien por la Real Academia Española con la palabra mezquindad. Es decir lo tacaño, lo diminuto, lo moralmente abyecto, lo rastrero por un lado y lo pobre y necesitado por otro.