Por Elisa Soldano

 

Hay historias que, a pesar haber nacido en medio del terror, están construidas a base de amor y compañerismo. Rescatar a estos relatos del horror que los rodea no es tarea fácil, pero Alba Argentina Acosta lo logró: a través de la escritura pudo contar algunas experiencias vividas cuando fue presa política durante la última dictadura cívico militar, pero también logró inscribir en la historia el nombre de sus compañeras de celda, que con amistad y rebeldía hicieron más llevaderos los cinco años que duró el encierro.

Alba es profesora de Lengua y Literatura. Nació en la localidad de Oberá, provincia de Misiones, pero hace más de 50 años que vive en Reconquista, una ciudad ubicada en el norte de Santa Fe. El 12 de octubre de 1976, casi siete meses después de que un golpe de Estado comandado por las fuerzas militares instalara un régimen de facto en Argentina, fue detenida junto a su hijo Manuel, de apenas un año. Estuvo en condición de desaparecida hasta febrero de 1977, cuando la trasladaron a la cárcel de Villa Devoto –en la Ciudad de Buenos Aires– como presa política. El pequeño, en tanto, estuvo un mes desaparecido y luego fue entregado a su abuela paterna.

Entre 1977 y 1982 los días de Alba transcurrieron tras las rejas. Como ella y Tito, su esposo, eran presos políticos, de vez en cuando recibían la visita de sus madres y de su hijo Manuel, a quien veían a través de un vidrio, sin contacto con el calor humano. Pero en medio de las eventuales alegrías del encuentro, estaban las compañeras de celda, que día a día aportaban su cuota de ternura y compañerismo, imprescindible para no agonizar de soledad en un ambiente marcado por el odio y la hostilidad.

La victoria de la ternura y el amor por sobre el odio fue, justamente, lo que Alba logró plasmar en “Miguita de pan”, un libro que publicó en diciembre de 2022. A través de sus páginas, el material rescata los nombres de aquellas mujeres con quienes coincidió en Villa Devoto, indispensables para crear arte y juguetes en medio de la cárcel, cuando todo eso estaba prohibido.

Miguita de pan: un libro nacido del afecto

“Miguita de pan es un libro que se fue haciendo con muchos años. Allá por el 2000 empecé a garabatear algunas cosas en un cuadernito, entre llanto y palabras. Así quedó durmiendo bastante tiempo, cada tanto lo miraba, agregaba alguna cosita, hasta que me jubilé y me puse a hacer un taller con el escritor Mariano Quiroz, que hace la contratapa. Entonces le comenté que estaba haciendo un libro y que me gustaría que lo viera. Gracias a él, que fue leyendo los textos con sugerencias, se publicó”, relató la profesora de Lengua y Literatura, en diálogo con Conclusión.

A más de 40 años de haber recuperado la libertad, Alba continúa en contacto con muchas de las mujeres con quienes compartió celdas. “En todos los lugares del país hay compañeras”, afirmó la escritora, quien además confesó que a muchas de las protagonistas de estas historias les llegó la publicación.

Consultada por el nombre del libro, Acosta relató: “Las visitas que teníamos de nuestros hijos eran en locutorios de vidrio que no nos permitían abrazarlos. Teníamos visitas cada 45 días, y para quienes vivían en el interior era más difícil viajar, en mi caso era la abuela con su nieto pequeño, entonces se hacía muy duro. Pedíamos visitas de contacto pero siempre nos decían que no. En el año 80 solicitamos la visita de contacto con nuestros hijos y nos la dieron, un encuentro de 15 minutos que para nosotros significaba la gloria. Fueron contradictorios los sentimientos, porque los niños entraban solos de la manito a la cárcel, las abuelas quedaron afuera, y muchos de los nenes no querían estar solos, lloraron. Cuando estuve con Manuel fue hermoso, pero al ratito se terminó la visita. Cuando él llegó a Reconquista y le preguntaban cómo era su mamá, él decía ‘mi mamá es una miguita de pan’. Hasta ahora le pregunto qué quiso decir con eso, pero no sé, se le ocurrió”.

“El libro está lleno de afecto. El cariño que nos tuvimos nosotras fue muy grande para poder enfrentar la dureza de ese régimen que habían implementado para castigarnos, y creo que eso nos salvó. Nos salvó la unidad, el afecto y tener las cosas claras”, reflexionó la autora.

A la hostilidad, rebeldía

Pese a estar privadas de su libertad, las presas políticas siguieron luchando por sus convicciones: entre las diferentes medidas que adoptaron tras las rejas, y para gran descontento de los militares, estaba la de no bajarse la ropa interior durante las requisas. Además, cuando los uniformados se distraían se fabricaban juguetes o pinturas, cuando todo tipo de expresión artística estaba prohibida.

“Todas éramos mujeres de más o menos la misma edad y de distintas provincias. Éramos más de mil presas políticas en Villa Devoto. Para interferir en nuestra comunicación y en nuestros afectos, cada tanto nos iban cambiando de lugar, o sea que no tuvimos nunca una estabilidad en esa cárcel, en el sentido de que cuando ibas conociendo a la gente, ya nos cambiaban de nuevo”, relató Acosta.

Sin embargo, cuando la Organización de Estados Americanos (OEA) y otros organismos internacionales vinculados a los derechos humanos, como la Cruz Roja, comenzaron a intervenir en las cárceles del país para asegurarse que los detenidos vivan en condiciones dignas, los militares decidieron agrupar a las presas políticas por orden alfabético.

“Más allá de estas maniobras lo que teníamos claro era que necesitábamos sobrevivir en ese medio hostil, donde lo que menos recibías eran buenos sentimientos, sino más bien bronca, odio, maltrato, todo el tiempo. En la misma práctica fuimos viendo que permanecer unidas frente a esto era la forma de ganar la batalla, una batalla de todos los días. En una época, cuando hacían la requisa, que era violenta y nos tiraban contra la pared, nosotras decidimos que no nos íbamos a bajar más los calzones, que era lo que pretendían. Ante la rebeldía, un gran número de presas, que ellos seleccionaban ahí mismo, íbamos a parar a las celdas de castigo, donde estábamos 15 días. Eso se hizo un ritual siempre que había requisas”, recordó Alba.

Además, contó que las presas que iban a la celda de castigo no podían recibir visitas. No obstante, no se advertía de esta situación a los familiares, quienes muchas veces recorrían en vano miles de kilómetros –viajaban de provincias como Salta o La Rioja hacia la Capital Federal– sin poder ver a sus hijas o madres.

El amor de madre no se encierra

Si hay algo que desborda en las páginas de “Miguita de pan” es el amor que las madres que estaban privadas de su libertad por cuestiones políticas profesaban por sus hijos: Alba guardaba distintos objetos que podían encontrarse en la cárcel (como latas, envases, cajas de productos de limpieza o botones) para construir juguetes para Manuel. En una oportunidad, dejó la creación bajo su cama y una sorpresiva requisa la destruyó. Pero nuevamente el amor impidió que el odio ganara: sus compañeras hicieron una colecta y llenaron sus manos de cajitas, papeles y otros objetos que, con algo de ingenio y trabajo, se convirtieron en un rimbombante tren.

En relación al vínculo con su hijo, Alba recordó que en octubre de 1976, cuando la detuvieron, Manuel tenía un año recién cumplido. “Estuvo un mes desaparecido. Hasta el día de hoy no sé dónde estuvo, pero sería bueno tener esa información”, manifestó. Pasados esos treinta días, el niño fue devuelto a su abuela paterna.

El rol de las abuelas en esta historia también adquiere notoriedad: Tito, el compañero de Alba, fue detenido unos meses antes que ella. A diferencia suya, él debió recorrer varias cárceles del país: la de Coronda, la de Caseros y la de La Plata. A todos estos lugares fue Manuel, junto a su abuela, a visitar a su papá. “No es que llegaban a la puerta de la cárcel y entraban, se tenían que quedar a esperar la hora en que comenzaba la visita. Manuel siempre tuvo una postura muy positiva, que creo que la ayudó mucho a la abuela”, comentó Acosta.

 

Y agregó: “Muchas familias no sabían cómo explicarle a sus nietos lo que pasaba, entonces nosotros le dijimos a las abuelas que se manejen con la verdad. Manuel supo que nosotros estábamos en las cárceles y que en algún momento íbamos a salir. O sea que él podía ir, vernos, recibir alguna cosa nuestra, algunas cartitas, creo que eso de decirle la verdad fue positivo porque él siempre confió en su abuela y en nosotros, entonces cuando salimos éramos conocidos, no unos extraños, eran sus padres que volvían”.

Otro relato que revela el amor maternal es el de Sergia, una presa política que no sabía ni leer ni escribir. Sus compañeras de celda le enseñaron a garabatear algunas letras, y así escribió, por primera vez, una carta a sus hijos, la cual rezaba: “Mamá los quiere mucho”.

Conmovida por el recuerdo, Alba completó: “Que ella pudiera aunque sea decir ‘los quiero mucho’ era fundamental, además no le interesaba otra cosa más que decirle eso a los hijos”.

Nadie resiste cuando el arte ataca

En “Miguita de pan” se demuestra cómo las presas políticas recurrían a la pintura, a la poesía, a la literatura, a la música y al teatro aún en las condiciones más adversas: había quienes mezclaban dentífrico con betún para pintar; o quienes usaban las paredes de la cárcel como una hoja en blanco.

En un momento, un grupo de detenidas –entre ellas Alba– hizo una obra de teatro basada en el cuento “El pueblo dibujado”, escrito por la autora reconquistense Laura Devetach, el cual estuvo prohibido durante la última dictadura. Las actrices realizaban su interpretación celda por celda y a escondidas, ya que sabían que si eran descubiertas irían a parar al rincón de castigo. “Todo lo artístico que hacíamos, sea pintura, cantar, lo que fuere, estaba prohibido. Pero eso nos daba razón para vivir, así que lo seguimos haciendo hasta el final”, destacó Acosta.

“Los que quedamos vivos, quedamos para contar la historia”

Luego de años de trabajo, en diciembre de 2022 se presentó el libro “Miguita de pan” en la Casa del Bicentenario de Reconquista. El evento contó la presencia de personas de todas las edades quienes, al conocer detalles de la historia de Alba, no pudieron evitar los ojos vidriosos y las ganas de leer de principio a fin el flamante material.

“Fue muy emocionante porque estaba lleno de personas llorando, pero los que quedamos vivos quedamos para contar la historia, y eso para mí es lo más importante, para que esa historia nefasta que vivió nuestro país no se olvide”, reflexionó la autora del libro, de cara al próximo 24 de marzo.

Por último, adelantó que existe la posibilidad de que el 20 de mayo presente “Miguita de pan” en Rosario: “Se va a hacer una presentación en el marco de los 20 años de un libro que escribieron los presos de Coronda, que se llama ‘Detrás de la mirilla’, y me invitaron para presentar mi libro”.

 

Grabación y edición de video: Sofía King.