Por Esteban Guida

El INDEC acaba de publicar los números finales de la actividad económica argentina del año 2018. Los resultados expresan con total rigurosidad los costos de mantener a rajatabla una política económica que, sorprendentemente para algunos (cada vez menos) economistas oficialistas, permite alcanzar cierta estabilidad cambiaria y darle aire político al gobierno; algo tan loco como pensar que el capitán de una nave llegará victorioso a buen puerto usando de combustible a sus marineros.

Con un comienzo de año golpeado por la sequía del campo y con un final azotado por los descalabros provocados por la inestabilidad financiera, el producto interno bruto (PIB) del 2018 cayó 2,5% con respecto al acumulado del año anterior. Con este resultado, la administración de Cambiemos ya registra su segundo año recesivo de los tres que lleva en el poder (el primero fue en 2016 cuando se registró un caída de 2,1%), lo cual significa un resultado económico negativo de casi dos puntos como saldo de su paso por el gobierno nacional.

En detalle, en el 2018 los componentes del PIB, el consumo privado y el gasto estatal, cayeron 2,4% y 3,3%, respectivamente, con respecto a 2017. A su vez, las exportaciones no presentaron variación comparadas con los niveles registrados en 2017, mientras que las importaciones cayeron 5,1%. Este último resultado confirma que sólo con la devaluación no se mejora el perfil exportador del país, y que la dolarización y extranjerización de la economía es un problema serio que hay que solucionar enfrentando los dogmas de un neoliberalismo inútil al que muchos argentinos se someten ideológicamente por ignorancia o interés.

Las cifras muestran también que, aun congraciando al capital financiero internacional, las inversiones no llegaron. En el acumulado del 2018 las inversiones en capital, es decir, en bienes duraderos para la producción, observó una caída de 5,8%. Este resultado retrocede a niveles de 2015 cuando se decía que estábamos cerrados al mundo y a punto de ser como Venezuela.

Al observar el desempeño de las diferentes ramas de la economía argentina, se encontró que dos de los tres sectores con mayor participación en el valor agregado bruto total y que más cantidad de puestos de trabajo explican presentaron una caída cercana al 5% en 2018. Específicamente, la industria manufacturera se contrajo 4,8% y el sector comercial 4,5%. A su vez, el sector agropecuario cayó 15,1% (en parte, afectado por la sequía de principios de año).

Incluso, tampoco fue cierto que la política económica apuntaba a facilitar un ambiente de negocios para las empresas y la generación de puestos de trabajo privados (genuinos). Los datos de la AFIP revelan que en el transcurso del 2018, tramitaron su baja del sistema alrededor de 7.000 empresas, además del incremento en la morosidad del pago de los impuestos, los créditos y la caída del crédito a las empresas.

Son pocos los que se salvaron del desastre infligido por Cambiemos sobre la actividad económica. Aún las grandes empresas se han visto perjudicadas por la caída del consumo y las malas perspectivas de la economía, que cada día se consolidan en las perspectivas hacia el futuro (algo que muchos afirmábamos el año pasado confrontando con las declaraciones de funcionarios y economistas oficialistas).

También se conocieron los datos del mercado de trabajo para el último cuatrimestre de 2018. La tasa de desempleo subió a 9,1%, contra el 7,2% se si la compara con el último cuatrimestre de 2017; esto augura una tasa de desocupación nacional de dos dígitos para el primer trimestre de 2019, con registros regionales muy preocupantes.

Sucede que en el Gran Buenos Aires la tasa de desocupación fue de 10,5% (donde CABA registró 6,9% y los demás partidos del GBA 11,4%), Gran Rosario 12,8%, y Mar del Plata 12,8%. Preocupa también la caída en la tasa de empleo, que pasó de 43% a 42,2% entre los últimos trimestres de 2017 y 2018; esto indica que más personas se han retirado del mercado de trabajo. Resulta importante señalar también que la precarización laboral ganó terreno, puesto que la proporción de asalariados informal sobre el total de asalariados aumentó un punto porcentual: pasó de 34,3% a 35,3%.

Todavía no se conocen los últimos datos de pobreza pero, teniendo en cuenta la evolución de los demás indicadores macroeconómicos, es esperable cuál será su tendencia.

Los datos oficiales sobre la realidad no admiten excusas circunstanciales de campaña. Tampoco se arreglan con “calenturas” para la pantalla. Resulta claro que la experiencia Cambiemos ha fracasado rotundamente en cumplir sus propios objetivos de campaña y que ha defraudado a quienes creyeron ciegamente en sus promesas vacías de fundamentos.

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