Por Julián Guarino

Si el triunfo de ayer de Alberto Fernandez resultó un baño de realismo a tanta fantasía arduamente trabajada por encuestadores, medios y afines, el salto del dólar que trepa por encima de los $ 64 en algunos bancos es, sencillamente, el mismo sopapo, pero en clave financiera.

Como la inflación se aceleraba producto del alza de tarifas y combustibles (entre otras cosas), el Gobierno decidió congelar el tipo de cambio utilizándolo de ancla inflacionaria para llegar con mayores chances a la elección de las PASO: impulsó el consumo, ató tarifas, congeló naftas y quemó reservas. Ahora, como todo eso no dio resultado y la distancia de Alberto Fernández es irremontable, entonces la Casa Rosada parece abandonar ya mismo ese plan.

El razonamiento es éste: la victoria de Alberto Fernández implica que el presidente Mauricio Macri ya no tiene chances. Y como no las tiene, entonces el Gobierno parece ya no estar dispuesto a quemar los dólares que le presta el FMI, algo que le recomienda el propio FMI. Sandleris viene de consumirse casi la mitad de los u$s 5400 millones del desembolso del Fondo del mes pasado. A eso se suma que el BCRA sólo tiene u$s 16.000 millones de reservas netas si de descuentan préstamos, swaps y afines.

El BCRA parece hacer esto para que el Gobierno pueda “timonear” políticamente las numerosas semanas que lo separan de un traspaso del poder con una legitimidad en grave decadencia. Piensan que peor que una megadevaluación es llegar sin dólares a octubre.

Sin los dólares del FMI, el recurso de la tasa de interés más alta del mundo tiene sus límites porque a medida que sube despierta cada vez menos credibilidad y ya estaba en un 63% anual. A eso se suma el uso de la operatoria del dólar futuro, que también tiene sus límites porque siempre estamos hablando de contratos que se hacen y se pagan en pesos, no son dólares.

Es decir que uno de los pocos recursos que tiene el BCRA para administrar la corrida cambiaria avalada por el FMI es, sencillamente, dejarlo subir, atenuar esa suba cuando se pueda y cruzar los dedos para que no se genere un estallido social, algo que hoy es más lejano porque, virtualmente, ya hay nuevo presidente electo y las miradas están puestas en él.

Si el Gobierno apostó políticamente a que el miedo (al populismo, al cambio, etc.) iba a vencer a la decepción, se equivocó. Hoy la decepción parece imponerse. Un salto devaluatorio implica una nueva ronda de inflación y freno del PIB. Tambié una transferencia de riqueza enorme de los hogares asalariados a aquellos que tienen sus activos dolarizados. Esto va a generar más pobreza.

Fuente: www.ambito.com
Foto portada: Pixabay.