El papa Francisco pidió este sábado que los empresarios se abstengan de ejecutar despidos mientras se prolongue la crisis sanitaria y económica derivada del coronavirus, pandemia que somete al mundo a lo que va camino a ser una recesión atroz, lo que golpea doblemente en una Argentina cuyo PBI decreció casi un 5% en los dos últimos años.

Además, el mensaje cala hondo en la alcurnia del empresariado argentino, particularmente en uno de sus máximos exponentes, el magnate ítalo-argentino Paolo Rocca, CEO de la firma Techint, que en las últimas horas anunció despidos masivos.

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«El sálvense quien pueda no es la solución. Una empresa que despide para salvarse no es la solución. En este momento, más que despedir, hay que acoger. Hay que sentir que hay una sociedad solidaria. Son los grandes gestos que hacen falta ahora», le dijo el Sumo Pontífice al periodista español Jordi Évole Requena, en una entrevista por videollamada.

La compañía tiene decidida la desvinculación de entre 1.400 o 1.500 personas en los próximos días ante la imposibilidad de continuar operando y abonando salarios sin antes percibir unos 5 mil millones de pesos que en concepto de deuda de 2019 debe cobrar por obra pública, según dejaron trascender desde el grupo.

«Le pueden decir que usted no es un dirigente de una multinacional y no conoce las penurias que están pasando», le arguyó el periodista al Papa. «Puede ser que no la sepa, pero sé las que va a pasar el empleado, el operario y la operaria que van a despedir», contestó Francisco.

Un día antes, el papa ya había deslizado algunas líneas en ese sentido al asegurar que «nadie se salva solo» de la crisis mundial generada por el avance del coronavirus, durante un histórico rezo que encabezó en soledad en la Plaza San Pedro para pedir el fin de una pandemia con la que, afirmó, «nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados».

«Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido», inició el pontífice su mensaje desde el atrio central de la Basílica de San Pedro, de frente a una plaza usualmente colmada por decenas de miles de fieles y hoy vacía por las medidas de seguridad adoptadas por el Vaticano durante la pandemia.

«En la misma barca»

«Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas», planteó Jorge Bergoglio durante la oración, transmitida por streaming a todo el mundo.

Durante el inédito rezo en una Roma lluviosa, el Papa estuvo flanqueado por los dos símbolos frente a los que había orado el domingo 15 de marzo en su única salida del Vaticano desde la difusión de la pandemia.

Uno es el crucifijo milagroso expuesto en la iglesia de San Marcelo en Via del Corso, que según la tradición católica salvó a la capital italiana de la peste de 1522, y al que Francisco besó en los pies tras su homilía.

El otro símbolo es la Virgen Salus Populi Romani, emplazada usualmente en la Basílica romana de Santa María la Mayor, a la que el Papa encomienda y luego agradece cada uno de sus viajes fuera de Italia.

«Nos encontramos asustados y perdidos», enfatizó el Papa, quien comparó la situación con un pasaje de los Evangelios y aseveró: «nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa».

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«Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente», planteó Francisco.

«En esta barca, estamos todos», resaltó el Papa, quien agregó: «No podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos».

«La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades», sentenció Bergoglio, de 83 años.

La pandemia, siguió, «nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad».

«La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas salvadoras, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad», lamentó el Papa, que además concedió la indulgencia plenaria a los millones de fieles que siguieron la transmisión en todo el planeta.

Con tono crítico, aseveró durante su mensaje que «con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos».

«Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa», criticó Francisco en la homilía, tras la que impartió la bendición Urbi et Orbi, reservada usualmente para Navidad, Año Nuevo y Pascuas, a las casi 1 millón de personas que siguieron el rezo online.

«No nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo», detalló en esa dirección.

En ese contexto, en línea con las misas matutinas que celebra a diario en la capilla de su residencia de Casa Santa Marta, Francisco recordó que «nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes, corrientemente olvidadas, que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia».

En ese grupo, incluyó a «médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo».