Por Victoria Musto*

El 6 de diciembre, la República Bolivariana de Venezuela asistió nuevamente a las urnas. En esta oportunidad la cantidad de lugares a elegir era de 277 escaños, que reemplazarían a los diputados elegidos hace 5 años, los cuales tienen el atributo de ser reelectos indefinidamente. Antes de analizar los resultados es importante reflexionar sobre las siguientes preguntas: 1) ¿Cómo es el voto en Venezuela? El voto posee las características de ser universal, personal, secreto y voluntario. Además, el sistema de votación se ha automatizado con impresión del comprobante de voto. 2) ¿Cómo funciona este voto automatizado? En el año 2012 se tomaron los datos biométricos de las personas, lo que permite activar la votación a partir de la huella dactilar. 3) ¿Qué partidos se presentaron? Se contó con 107 organizaciones diferentes. Las mismas incluyeron partidos de carácter nacional y regional y organizaciones indígenas nacionales y regionales. 4) ¿Fueron las elecciones transparentes? Las elecciones en Venezuela fueron transparentes. Contaron con los veedores internacionales y el proceso siguió su curso constitucional. Pero… ¿es esto todo lo que importa?

Las elecciones del oficialismo

El partido de Nicolás Maduro fue quien ganó las elecciones con un alto porcentaje. Sin embargo, como subraya el periodista Augusto Taglioni, la escasa participación electoral del 31% revela que la maquinaria del Partido Socialista Unido de Venezuela fracasó en la movilización electoral. Este malestar al interior del partido de Maduro no se materializó en el voto a la fracción disidente dentro del oficialismo, si no en la clara desmovilización. Por otra parte, es oportuno resaltar que el lamentable dato de la participación confirma la transparencia del proceso electoral.

Esta empobrecida participación presenta el número más bajo desde 2005, cuando la oposición decidió no participar y la cantidad de votantes que asistieron las urnas apenas alcanzó el 25%. Aunque perdió más de un millón de votos en relación a los comicios de 2015, el gobierno celebró la victoria y anunció que comenzará a trabajar en el cronograma electoral para elegir gobernadores en 2021, luego de las afirmaciones de Maduro que sostenía que si su fuerza política perdía, renunciaba a su cargo, transformando las elecciones en una suerte de referendúm presidencial. Asimismo, es importante recordar que la última elección legislativa se celebró en 2015 con una victoria contundente de la entonces opositora Mesa de la Unidad Democrática, con 112 bancas contra 55 del oficialismo y una participación de más del 70% del padrón.

En este sentido, el sociólogo Damián Alifa afirmaba: “La bolsa de comida, el bono, no tienen mística. No convencen. La política es, especialmente, producción de sentido, de narrativa, de esperanza. No solo de pan vive el hombre. Hubo un voto de resistencia, pero que año tras año se desgasta. El chavismo ya no se siente en las calles”.

Las elecciones de la oposición

Este era el momento más fácil para vencer al oficialismo en las elecciones. Y sin embargo, la oposición tampoco pudo. Antes de atender a las deficiencias de la oposición es oportuno sostener que se está asistiendo, en palabras del sociólogo citado anteriormente, a la “bancarrota de [la] clase política, [de la] élite intelectual y [del] espíritu colectivo”.

Juan Guaidó, en su rol de líder del G4, llamó a la abstención. Pero arrogarse la totalidad de las abstenciones a unos comicios voluntarios es erróneo y poco exacto, considerando el panorama político venezolano. Frente a las elecciones, Guiadó invitó a una consulta online de escasa legitimidad legal y de escaso poder vinculante. Además, es importante considerar que gran parte de la población de Venezuela tiene pocas horas de luz, lo que muestra la desvinculación del líder de la oposición con la realidad del pueblo. Aunque esta acción se vislumbra como un manotazo de ahogado, lo cierto es que con el pasar de estas elecciones Guaidó quedó excluido de su banca en la Asamblea Nacional y totalmente marginalizado del escenario político venezolano.

En retrospectiva, según el análisis del medio Agenda Pública, es acertado mencionar que la oposición abandonó su terreno de lucha natural, el territorio venezolano, porque consideró que bastaba con el discurso bélico de Donald Trump y con la presión internacional para desalojar a Maduro de Miraflores. De esta forma, delegó en actores internacionales su capacidad de acción. El resultado fue el debilitamiento progresivo de la Asamblea Nacional, que fue convirtiéndose en un débil anexo del Gobierno interino, cuya legitimidad recaía precisamente en ese cuerpo colegiado. En lugar de fortalecer el Parlamento, organizar y movilizar a la población en torno a la defensa de sus derechos, Guaidó y su entorno pusieron el énfasis en construir un despacho presidencial y una estructura internacional que no generó vínculos con la población y sus dolencias diarias.

Desde otra estrategia, el sector dialoguista que obtuvo el 17% y formará parte de la composición que tendrá que asumir en la Asamblea Nacional el 5 de enero del 2021 con 18 escaños.

Finalmente, el panorama de la oposición se completa con el rol que jugó el otro líder de la oposición, Henrique Capriles. El político, quien se abrió del G4, negoció con Maduro la liberación de 110 presos políticos y había anunciado su participación en las elecciones. Pero en sintonía con Europa, Capriles pidió algunas garantías y la reprogramación de la fecha de los comicios. Ante la negativa, los europeos desistieron de su rol como veedores y con ellos, también Capriles.

Algunos aprendizajes

En primer lugar, la oposición ha subestimado sistemáticamente al Gobierno y su capacidad de controlar el poder. Si bien Venezuela es un Estado frágil y posee grandes dificultades para la provisión de servicios públicos y seguridad ciudadana, Nicolás Maduro ha logrado mantener a sus élites cohesionadas y, con ello, el sustento a su Gobierno.

En segundo lugar, existe la posibilidad de que se inicie una fase de recomposición de los actores políticos opositores que implique nuevas alianzas o bien una coordinación estratégica entre estos y la sociedad civil  (organizaciones y movimientos sociales, iglesias, sector privado).

Como afirmaba Alifa, para resolver los problemas de Venezuela se necesita más que una elección. Es necesario un nuevo pacto social, una ruptura de paradigma con el pasado que algunas veces se asoma como destellos, en emprendimientos, en iniciativas sociales, culturales, pero que termina languideciendo en la espesa atmósfera que vive un país que no encuentra un rumbo común.

*Lic. en RRII (UNR), conductora del programa Café Internacional, investigadora graduada del Grupo de Jóvenes Investigadores del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de La Plata.