Por Esteban Guida                                                                                                                                              fundació[email protected]

El Instituto Nación de Estadísticas y Censos (INDEC) acaba de publicar los datos de la evolución de la actividad económica del país correspondientes al último trimestre de 2017, completando así los datos del Producto Bruto Interno (PBI) para todo el año pasado.

El informe oficial sostiene que en el 2017 el PBI argentino creció un 2,9% respecto al registrado el año anterior. Es una buena noticia que el crecimiento de la economía haya compensado la caída de un 2016 muy malo en el que la actividad se retrajo, hubo desinversión y fuertes pérdidas en casi todos los sectores de la producción. Sin embargo, no hay fundamentos para afirmar que, finalizado el segundo año del gobierno de Cambiemos, la Argentina se encuentre en un sendero de crecimiento sostenible que garantice estabilidad y justicia distributiva.

Cuando se analiza en detalle los motivos por los que creció la economía en el 2017 se observa una fuerte incidencia del consumo privado, que con un 73,3% de participación en el PBI total, registró una suba del 3,6% con respecto al año anterior. La formación bruta de capital (inversión) creció alrededor de 11,3%, pero con efecto agregado distinto, dada su menor incidencia en el producto. Por su parte, el consumo público (el del Estado) creció 2%, las exportaciones 0,4% y las importaciones 14,7%, todos respecto del año 2016.

Al analizar los números oficiales se puede observar la fuerte dependencia que existe entre el crecimiento del PBI y el consumo privado interno. En este punto radica la advertencia que muchos hacen respecto a los efectos negativos del modelo de ajuste y contracción que propone el gobierno macrista: si se sigue deteriorando el poder adquisitivo de las grandes mayorías (menores jubilaciones, aumentos salariales por debajo de la inflación, tarifazos, etc.), el impacto sobre el consumo impedirá un crecimiento más dinámico, y por cierto necesario para la economía nacional.

El gobierno parece tener otra visión al respecto, puesto que ha priorizado el ajuste para bajar el déficit primario (no habla del déficit total, que incluye intereses de la deuda y que sigue en aumento) por sobre el aumento del consumo, buscando a su vez con sus medidas contractivas controlar la dinámica inflacionaria por el doble efecto que tiene esta nueva edición de “disciplinamiento social”, caracterizada por la apertura comercial y la caída en los salarios reales.

La apuesta del gabinete económico del gobierno nacional está puesta en la inversión como motor del crecimiento. Según el INDEC, la suba de la formación de capital se debió “al crecimiento de 19,5% de la inversión en construcciones, a la suba en 54,5% de otras construcciones, al aumento en 32,2% en maquinaria y equipo y a una disminución de 14,8% en equipo de transporte. Dentro de maquinaria y equipo, el componente nacional creció un 16,6% y el componente importado creció un 43,5%. En equipo de transporte el componente nacional disminuyó un 1,2% y el importado decreció un 26,7%”.

Vale decir que el crecimiento del 11% que tuvo la inversión real en el 2017, sirvió en parte para compensar la desinversión de casi el 5% que se registró en el 2016 y en parte para ampliar la capacidad productiva. Sin embargo, la inversión (vista en términos del PBI) todavía no logra el volumen que debiera tener para traccionar el crecimiento esperado de la economía. Lo cierto es que los niveles de inversión registrados al momento, no son los que el gobierno esperaba, y la lluvia de inversiones sigue sin aportar el caudal necesario para compensar los costos generados para incentivar al capital para que invierta a largo plazo en el país.

Hasta aquí, parece todo positivo, tal como lo refleja el discurso oficialista. Sin embargo, hay que mencionar también el fenomenal aumento de las importaciones y la pobre dinámica de la exportaciones, lo que explica el conocido record de déficit comercial del 2017 (8.500 millones de dólares), que contribuyó a duplicar en tan sólo un año el déficit de Cuenta Corriente alcanzando un rojo de 30.800 millones de dólares. Si a esto se le suma la fuga de capitales (que superó los 60.000 millones de dólares entre 2016 y 2017), y el crecimiento del endeudamiento público externo (del que sólo 60.000 millones corresponde a la gestión de cambiemos) se observa que la economía está muy lejos de encontrarse en un sendero de crecimiento sólido y sostenido.

Los dos componentes que más participación tuvieron en el crecimiento del PBI (consumo con el 73% e inversión con 20,5%) lograron recuperar lo perdido en 2016 y crecer apenas 2,5% y 6%, respectivamente, respecto del año 2015. Esto no ha sido suficiente para mejorar (al menos un poco) la situación de miles de personas que siguen en la pobreza, ni para consolidar un modelo de producción que incorpore valor agregado a las materias primas nacionales, genere trabajo estable y aproveche los recursos nacionales en beneficio de todos los argentinos.