Esteban Guida*

El INDEC publicó los resultados de la balanza comercial de Argentina del mes de febrero de 2019, que refleja el intercambio de bienes y servicios del país con el resto del mundo. Ante la escasez absoluta de datos positivos para mostrar, los medios destacaron la cifra del superávit registrado, que alcanzó en febrero pasado los 460 millones de dólares; pero el presidente Macri fue más allá al afirmar que el país está en el rumbo correcto y vaticinó un superávit comercial de 10.000 millones de dólares para todo el año.

Es importante comprender lo que esto significa en términos económicos para el conjunto de los argentinos, puesto que no es lo mismo alcanzar un superávit comercial por un repunte de las exportaciones producto de una mejora real de la competitividad, que por un desplome de las importaciones resultante de una mega devaluación que trajo consigo inflación, caída de la actividad y recesión económica.

Cuando un país sufre una depreciación del tipo de cambio, como ocurrió en Argentina, se produce una mejora transitoria en los términos de intercambio, ya que nominalmente los productos nacionales resultan más económicos respecto a los del resto del mundo. Esto puede provocar una mejora momentánea en las cuentas externas por un crecimiento en las exportaciones y una caída de las importaciones.

Sin embargo, en Argentina, este efecto no siempre termina dando buenos resultados porque existen otros problemas estructurales cuya identificación y solución vienen quedando sistemáticamente fuera de agenda política. Es sabido que la variación del tipo de cambio tiene un impacto directo en el conjunto de los precios de la economía (inflación), que afecta negativamente la competitividad lograda.

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Pero por algún motivo nadie se pregunta por qué pasa esto en Argentina, siendo que no es el único país del mundo que ajusta el tipo de cambio para ganar competitividad. La dolarización, la concentración y la extranjerización de la economía argentina son tres aspectos centrales del problema que llamativamente se vienen ocultando del conocimiento popular por la clara orientación anti nacional de los intereses que se persiguen.

Yendo a los números, en febrero de 2019 las exportaciones argentinas ascendieron a USD 4.464 millones mientras que las importaciones escalaron a USD 4.004 millones. Esta situación implicó un saldo positivo de 460 millones de dólares. Es el sexto mes consecutivo que se registra un superávit luego de la mega-devaluación de septiembre del año pasado.

Esta situación daría un verdadero fundamento a los festejos si el aumento de las exportaciones fuera producto de una mejora el tipo de cambio real (que considera también la evolución de los precios internos). Sin embargo, lo que se observa en Argentina no es superávit comercial por un salto en exportaciones, sino por derrumbe de las importaciones. En términos interanuales, las exportaciones de febrero de 2019 solamente crecieron un 3,7% con respecto a igual mes de 2018, mientras que las importaciones cayeron alrededor de 23% en igual periodo.

En particular, el valor importado cayó en todas las divisiones: Vehículos automotores de pasajeros 46,5%, Bienes de capital 32,6%, Bienes de consumo 28,8%, Piezas y accesorios para bienes de capital 18,2%, combustibles y lubricantes 17,1% y Bienes intermedios 9,8%. Estas caídas denotan una contracción de la actividad económica, tanto porque cae la compra de bienes para la producción, como porque se compra menos cantidad de bienes finales.

La fuerte caída de las importaciones tampoco es el resultado de un proceso sustitutivo de importaciones que, aunque a costo de una menor calidad de los productos (por la hipotética existencia de una industria joven e incipiente), implicaría más trabajo y más generación de valor agregado nacional. Por el contrario, lo que se está festejando es el resultado de una caída estrepitosa de la actividad económica que deja de insumir los bienes e insumos importados básicos para su normal funcionamiento.

Lo que está ocurriendo es muy preocupante. Las declaraciones del presidente son aún más preocupantes todavía; son como celebrar la reducción de gastos por compras del sector cocina de un hotel en el que ya no se alojan nuevos huéspedes.

El país necesita con urgencia un cambio radical en su forma de concebir la economía, lo cual es posible sólo si partiendo de una concepción política diferente de la patria, de sus recursos y, fundamentalmente, de la importancia y trascendencia de su pueblo.

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