Por Héctor Masoero para La Nación

La economía colaborativa llegó y se está instalando cada vez con más fuerza. Airbnb, Uber o Freelancer son solo algunos ejemplos de esta transformación. Con el auxilio de la tecnología, la sociedad comienza a aprovechar su propia capacidad ociosa en términos de bienes y servicios de carácter privado para ponerlos a disposición de la satisfacción de necesidades de interés público a cambio de un precio por debajo del que se exige en los canales tradicionales del mercado. Se generan nuevas formas de incluirse en la fuerza laboral y obtener ingresos por fuera de los circuitos habituales, con reglas propias y sin vinculación laboral formal. Muchos festejan no tener jefes, no tener horarios fijos y trabajar a demanda según la propia disponibilidad. Pero la contracara del fenómeno de la economía colaborativa es la gig economy, o economía de changas, en la que desaparecen todos los derechos laborales tradicionales.

Al mismo tiempo, las aplicaciones antes mencionadas y otras incluso más antiguas, como Ebay, Mercado Libre, Despegar, Spotify o Netflix, han desplazado progresivamente a los canales tradicionales de intermediación, siendo sumamente rentables y ofreciendo precios altamente convenientes para los consumidores. Agencias de viajes, comercios tradicionales de bienes durables, la TV por cable y el sector financiero, para no hablar directamente de los extintos videoclubes o disquerías, ven amenazada su supervivencia si no se reconvierten y eliminan los cargos excesivos de su trabajo como intermediarios.

¿Cuál es la disrupción principal en los circuitos comerciales que estas empresas de base tecnológica han traído a la economía y la interacción social? Además de aprovechar la capacidad ociosa del ámbito privado, la economía colaborativa ha puesto en evidencia y neutralizado en alguna medida los abusos de la legislación laboral y de la intermediación. Por eso mismo estos modelos se vuelven tan eficientes, generan cada vez mayor demanda y son la fuente principal de ingresos de una proporción cada vez mayor de la población. De manera más rápida de lo que pensamos, está cambiando la forma de consumir y de trabajar. En nuestro país, los cuentapropistas ya representan un tercio de la población ocupada, si se incluye a los monotributistas y al personal doméstico.

¿Es este nuevo modelo de la gig economy la solución? Muy probablemente no sea la mejor alternativa. Ni los abusos en nombre de los derechos laborales ni la desprotección del trabajador de la economía colaborativa son los escenarios ideales.

Los sindicatos están frente a una encrucijada histórica. Exigir un adicional por cargar fondos en una tarjeta de proximidad en los medios de transporte o por sacar las bolsas de residuos a la calle en un edificio, así como oponerse a los resúmenes bancarios digitales o el cobro automático de peajes, son ejemplos de demandas que en este momento histórico pierden sentido y se vuelven anacrónicas.

Estamos frente a un proceso de progresiva robotización e implementación de soluciones de inteligencia artificial que no necesariamente implicará menos empleos, pero sí un tipo de trabajo diferente. Si los sindicatos pretenden que se mantengan los beneficios justos y los derechos laborales en un escenario de fuertes transformaciones sociales, tecnológicas y económicas, deberán repensar su rol y sus demandas. Más que preocuparse por los cambios tecnológicos inevitables, los gremios deberán ocuparse de la capacitación de sus propios afiliados para enfrentar mejor las transformaciones que estamos viviendo. Estos cambios están generando mayor productividad, lo que significa mayor generación de riqueza. En lugar de resistirlos, los sindicatos deberían adaptarse para recibirlos, incrementar la productividad y lograr como lógica contraprestación de los empleadores mayores beneficios para sus afiliados.

En este contexto, parece imprescindible redefinir el rol del sindicalismo. Resulta necesario defender los derechos laborales en un marco de racionalidad, aceptación y adaptación a los cambios tecnológicos que generan mayores niveles de productividad. Este mismo proceso ya fue atravesado en las anteriores revoluciones industriales y el resultado final siempre fue mayor crecimiento. Se trata de una oportunidad histórica para que el sindicalismo gane protagonismo en un futuro que ya es presente.

Miembro de la Academia Nacional de Ciencias de la Empresa